La presidenta ha anunciado la implementación de una futura zona económica especial (ZEE) en Chancay y su área de influencia, con el objetivo –se entiende– de crear un centro industrial y logístico que se convierta en la puerta de entrada de Asia hacia Sudamérica. Suena maravilloso.
Lo que se sabe es que se busca crear alrededor de Chancay un territorio –administrado por privados– en el que haya ventajas tributarias para atraer inversiones en industrias que generen innovación tecnológica y empleo y que, al mismo tiempo, se beneficie de las exportaciones hacia los destinos con los que tenemos tratados de libre comercio.
Las ZEE comenzaron en Irlanda (1959) pero ganaron popularidad con el éxito que tuvieron en China en 1970 y 1980, lo que los condujo a ver con mejores ojos las reformas promercado. Pero, en el Perú, los resultados no han sido alentadores. Son cuatro áreas geográficas operativas de nueve existentes, que se ubican en Tacna, Ilo, Matarani y Paita, y que poseen una normativa especial, en la que las empresas reciben incentivos tributarios, aduaneros y de comercio exterior.
Sin embargo, no son zonas que hayan despegado como en otros países (y hay cinco paralizadas por razones burocráticas). Por ejemplo, Uruguay y Colombia exportan 45,4 y 29,7 veces más que el Perú desde las ZEE (Cómex-Perú, 2023). Asimismo, al 2016 solo había 134 empresas en ZEE, mientras Chile tiene 2.850, y Uruguay, 1.560 (Edgar Vásquez).
Lo primero que se nos viene a la mente es que los incentivos no son suficientemente atractivos, y que deberíamos ser más agresivos (por ejemplo, ofrecer una tasa de Impuesto a la Renta de 0% en vez de 15%, como ha propuesto el nuevo presidente de la SNI).
Aunque esta propuesta es seductora y valdría analizarla, no es suficiente. Por ejemplo, en Colombia, las empresas ubicadas en las ZEE pagan 20% versus los 15% del Perú, pero han tenido más éxito, lo que da ciertas pistas –como dice el Banco Mundial (2017)– de que lo más relevante es el contexto en el que se desarrollan las ZEE (el BCR habla de la conexión con cadenas de valor y clústeres locales), no siendo suficientes los incentivos, esquemas de propiedad y gestión de las ZEE.
En palabras de Cómex-Perú (2023), se necesita infraestructura eficiente, acceso a servicios básicos y disponibilidad de mano de obra cualificada; elementos que, por ejemplo, aún no están satisfechos en departamentos donde operan tres de las cuatro ZEE operativas.
En este sentido, diversos expertos y autoridades han alertado que la zona colindante carece de una adecuada zonificación y en particular de servicios básicos en educación, salud, transporte, vivienda, agua potable, alcantarillado. Un caldo de cultivo ideal para conflictos sociales (y con toda razón).
Según Clemente Hernández (2019), los objetivos de las ZEE en China –como Shenzen– no solo estaban enfocados en atraer inversión extranjera y generar empleo, sino en usar estas inversiones para un desarrollo económico de largo plazo. Así, por ejemplo, se restringieron las importaciones de las empresas ubicadas en las ZEE para que tengan que comprarles la materia prima a los chinos y buscaron beneficiarse de la tecnología y sistemas que trajeron los extranjeros, para que luego China instalara sus propias empresas.
Para lograr que nuestro Chancay no valga 20 céntimos, no solo se necesita dotar de servicios básicos y zonificación a las ZEE, sino adoptar un enfoque de competitividad para conectar nuestra economía interna a esta ZEE. Por ejemplo, requerir contra una tasa 0 de Impuesto a la Renta transferencias de tecnología a nuestras empresas y universidades, adquisición preferente de materias primas y productos de alto valor agregado locales que cumplan con estándares de calidad, etc.
Si el sector privado no se involucra en este plan de trabajo, sospecho que ni una tasa del 0% logrará que el sueño se haga realidad.