Cuando hace 185 años nuestros fundadores Manuel Amunátegui y Alejandro Villota prepararon la primera de las 92.238 ediciones de este Diario, lo hicieron, entre otros motivos, con la intención de generar un vínculo con la comunidad y contribuir con el desarrollo del país a través de una serie de campañas. Con apenas un año de vida, el Diario hizo suya la causa por la libertad y no la soltó hasta 15 años después, cuando Ramón Castilla firmó el decreto que puso fin a la esclavitud. Desde entonces, a lo largo de casi dos siglos, ese ha sido un rasgo distintivo de este periódico, que no solo se ha encargado de contar la historia, sino también de hacerla y vivirla con gran intensidad.
Consecuentemente, este Diario también abogó por la abolición del tributo indígena –en buena cuenta, una forma de explotación soterrada– y, a través de múltiples editoriales, por el fin del maltrato a los culíes chinos, que en la segunda mitad del siglo XIX fueron víctimas de un régimen de servidumbre que representa una deshonra para la historia de este país.
Ya en el siglo XX, otra de las banderas que enarbolamos desde estas páginas fueron aquellas a favor de la igualdad. En 1917, pedimos que existan leyes que regularan el trabajo femenino en el Perú. Hacia la década de 1950, abogamos por el sufragio de las mujeres. Ya en pleno siglo XXI, hemos seguido apuntalando esta causa –sobre la que todavía queda muchísimo por hacer– al respaldar movimientos como Ni Una Menos o presionar por la prohibición del matrimonio infantil (una lacra que afecta desproporcionadamente a las niñas en comparación con sus pares masculinos).
Quienes han formado parte de esta familia a lo largo de casi dos siglos, además, no solo se preocuparon por aportar al desarrollo del Perú, sino también por conocerlo. Con esos ideales en mente, en 1956 vio la luz el Plan del Perú, una extensa campaña que permitió identificar y abordar los diversos problemas de las regiones que componen el territorio nacional, y que históricamente han vivido relegadas no solo a ojos de las autoridades nacionales, sino también de la propia sociedad limeña. El espíritu de esta iniciativa continúa más de seis décadas después con Peruanos que Suman, que recorre el país buscando aquellas historias de compatriotas notables que merecen ser contadas.
Y cómo no mencionar campañas más recientes, como No Te Pases, que busca poner en agenda la problemática del transporte en nuestras pistas, que cada cierto tiempo nos cuesta vidas; Estemos Listos, que busca concientizar sobre la necesidad de estar prevenidos ante la posibilidad de sufrir un terremoto de gran magnitud; o Cuidémonos Juntos en Familia, que se volcó a informar a la ciudadanía sobre las formas de evitar el contagio del COVID-19 durante la pandemia y las mejores formas de hacer frente a la enfermedad en un contexto en el que pululaban peligrosamente recetas supuestamente beneficiosas para hacer frente al virus, que en realidad no eran tales.
En los últimos años, los lazos con distintas comunidades se han ido profundizando gracias a la reactivación de las Audiencias Vecinales, del programa de los Corresponsales Escolares y de la creación de Voz Universitaria. Todas ellas pensadas para darles voz a los vecinos, los escolares y los universitarios, bajo la firme convicción de que todos ellos tienen algo valioso que aportar al debate nacional.
Pese a todo lo anterior, sin embargo, quizás la campaña más importante e infatigable que El Comercio ha emprendido en estos 185 años es aquella por la libertad de expresión, una que le ha valido ataques, cierres y confiscaciones, pero que ha seguido y seguirá dando con la convicción de que esta no solo es necesaria para la vida en democracia, sino para que cada persona pueda emprender por sí misma su propio camino y sus propios sueños. Ese es, después de todo, el derrotero que trazó José Antonio Miró Quesada y que hoy tienen asumidos los periodistas de esta casa, que entienden esta noble profesión como una herramienta no solo para contar la historia, sino también para vivirla.