Editorial El Comercio

Por sus atributos naturales, el es una nación sumamente privilegiada en varios sentidos. La enorme diversidad de flora y fauna que se desarrolla en docenas de tipos de clima, los paisajes maravillosos y el crisol de costa, sierra y selva hacen de este país una verdadera maravilla natural.

Pero esta posición también conlleva riesgos y responsabilidades. Uno de ellos es la exposición a eventos y fenómenos naturales serios y potencialmente devastadores. La recurrencia del fenómeno de El Niño (FEN) –con lluvias y huaicos de gran magnitud– o la latente amenaza del siguiente sismo, solo por mencionar algunos, están siempre presentes.

Aun así, la preparación de la población para enfrentar estos peligros es pobre. De acuerdo con la encuesta de representatividad nacional de El Comercio-Datum, publicada ayer en estas páginas, dos de cada tres peruanos reconocen que su familia no está preparada para actuar frente a como terremotos, tsunamis, huaicos o inundaciones. No es, además, un asunto geográfico o de nivel socioeconómico: la enorme proporción de familias con baja preparación se mantiene relativamente estable a lo largo de todo el territorio nacional (con estadísticas solo ligeramente mejores en el sur y oriente) y a través de rangos de ingreso. El 70% admite que no tiene ni una mochila de emergencia y un porcentaje similar que no ha elaborado un plan de evacuación.

Es innegable que las autoridades nacionales, regionales y locales tienen buena parte de la responsabilidad por la falta de preparación del país. Por ejemplo, la negligencia en las obras necesarias (e inconclusas) en caso de que las lluvias activen las mismas quebradas del 2017 es imperdonable (presupuesto y tiempo hubo de sobra). Sobran también alcaldes que permiten construcciones en terrenos de alto peligro ante deslizamientos, inundaciones o sismos, y no faltan los que incluso trafican con ellos. La misma encuesta recoge que tres de cada cuatro piensan que las autoridades subnacionales no han previsto nada ante la llegada del FEN, y la cifra es aún peor para el gobierno nacional. El 94% afirma que ninguna autoridad se le acercó para informar sobre planes de prevención.

Pero nada de esto excusa la baja preparación ciudadana y pobre cultura de mitigación de riesgos. Si los ministros, congresistas, gobernadores y alcaldes no están a la altura, recae en las familias tomar acciones preventivas en la medida de sus posibilidades. Con un Perú, además, especialmente vulnerable a los efectos del cambio climático, la iniciativa de las propias personas para proteger a los suyos es indispensable. Es cierto que en algunas ocasiones tomar estas acciones supone algún costo –como el reforzamiento de techos o estructuras, por ejemplo–, pero el precio de no hacer nada puede ser de magnitud superior llegado el momento crítico. En muchos otros casos, sin embargo, se trata de costos relativamente menores –como una mochila de emergencia– y de una mínima inversión de tiempo para planificar qué hacer en caso de desastres.

El cambio de actitud es lo indispensable. Esto pasa por algunos de los puntos mencionados, en adición a participar en los simulacros de sismo (el 58% no participó según la última encuesta), enseñar la importancia de la prevención a los menores de edad, revisar las conexiones de servicios básicos del hogar, entre otros. Ese cambio de actitud es lo que intentamos generar en este Diario con los especiales de .

El siguiente sismo fuerte o evento climático extremo estará siempre a la vuelta de la esquina, pero una buena proporción de los peruanos no toma nota. Las consecuencias pueden ser dramáticas. La buena noticia es que, en algunos casos, pequeñas acciones –bien pensadas y como parte de un plan integral– pueden hacer toda la diferencia.

Editorial de El Comercio