Editorial El Comercio

A pesar de todos los retos que aún quedan, en el Perú y en buena parte del resto del mundo hay avances en que son innegables. La igualdad ante la ley fue una de las primeras victorias de décadas atrás, y poco a poco se hacen avances en representación política (aunque no directamente electa como presidenta, no se debe pasar por alto que Dina Boluarte es la primera mujer en ocupar el cargo). De acuerdo con el ránking del Índice Global de Brecha de Género del Foro Económico Mundial, el Perú ha avanzado 26 posiciones desde el 2006 para ubicarse en el puesto 34 de 146 países evaluados en el 2023.

Uno de los espacios más claros de progreso ha sido la escolaridad. Ayer, este Diario destacó que en el Perú ya hay más mujeres que hombres registradas en una universidad (632.632 inscritas frente a 597.598 varones); un enorme progreso desde que María Trinidad Enríquez fue admitida como la primera universitaria del Perú en 1874.

Pero el empuje por lograr condiciones similares no puede terminar a medio camino. En términos de resultados en el mercado laboral, las mujeres todavía llevan una considerable desventaja. El mismo informe señalaba que “el 76,8% de población femenina tiene un trabajo informal frente a un 71,9% de varones, y solo un 29,9% de mujeres ocupadas se encuentra afiliada a un sistema de pensiones, mientras que el 43% de hombres lo hace. Además, ellos siguen ganando mensualmente un 28% más”.

Esta brecha de es especialmente importante. Para algunos, parte de la explicación radica en que las mujeres escogen profesiones menos rentables, trabajan menos o tienen menos experiencia que los hombres, lo que explicaría la brecha objetivamente. No obstante, esfuerzos por incluir estas diferencias en las estimaciones –para comparar entre iguales– encuentran que, de hecho, la brecha no se cierra, sino que es aún más amplia cuando se toman en cuenta. En otras palabras, se hallan situaciones difíciles de explicar sin recurrir a la discriminación sistemática, como que las mujeres que tendrían más años de educación ganan menos que hombres similares con menos escolaridad.

La adjudicación del Premio Nobel de Economía el año pasado a la profesora Claudia Goldin por desentrañar las fuerzas detrás de la brecha de género en los mercados laborales es un recordatorio de la importancia de mantener el tema vigente. De acuerdo con los trabajos de Goldin, buena parte de la brecha aparece luego del nacimiento del primer hijo en una pareja, evento que penaliza la trayectoria profesional de la madre, pero no así del padre. Ello apunta a un desbalance en las responsabilidades dentro del hogar que pone en desventaja a la mujer, y a normas o expectativas sociales que pueden ser anacrónicas.

La discusión por mejores opciones laborales trasciende por largo el ámbito económico. Mujeres con mayor independencia financiera, por ejemplo, están menos atadas a permanecer en relaciones violentas o ser víctimas de explotación.

El primer paso hacia mayor educación es parte del camino correcto, pero sin cambios culturales profundos será muy difícil avanzar. Regulaciones y acciones desde el Estado pueden evitar cierta discriminación laboral, pero también corren el riesgo de dañar inadvertidamente las posibilidades de contratación formal de las mujeres, aumentar la carga burocrática de los negocios e introducir injusticias en resultados económicos.

En un país todavía machista como el Perú, levantar conciencia de las brechas de género existentes debe ser tarea permanente si se quiere que las niñas de hoy tengan exactamente las mismas oportunidades que sus hermanos una vez que salgan al mercado laboral.

Editorial de El Comercio