El candidato a la presidencia por Alianza para el Progreso (APP), César Acuña, ha presentado una demanda contra la editorial Penguin Random House Grupo Editorial y el periodista Christopher Acosta ante el Indecopi, por el empleo de la frase “plata como cancha” como título del libro que este escribió sobre la vida del exalcalde de Trujillo. Según Acuña, la expresión le pertenece y ha exigido que la publicación se retire de “los circuitos comerciales”.
En respuesta a la denuncia hecha por el también excongresista, la editorial ha dicho que “la frase ‘plata como cancha’ no está inscrita como una marca en la clase correspondiente a publicaciones, que es la adecuada para proteger libros y revistas. Ello ha sido verificado antes y después de la publicación del libro y, por tanto, ni la editorial ni el autor han infringido la propiedad intelectual de César Acuña”.
Aunque este último incidente podría entenderse como parte de la confusión de larga data que el candidato de APP sostiene en materia de derechos de autor –recordemos que él mismo ha impreso su firma en textos que no le pertenecen–, las acciones contra el señor Acosta parecen tener poco que ver con el interés de Acuña por proteger una de sus frases favoritas. De hecho, aquello que se exige en la denuncia tiene mucho de absurdo y pocas posibilidades de prosperar. Por ello, y dado el contexto electoral, lo más probable es que el objetivo del exgobernador de La Libertad sea obstaculizar la distribución de un libro que podría resultarle incómodo, importunar a quien lo escribió y, por añadidura, hacerse de la atención mediática que este tipo de trances suscitan.
Con eso en mente, resulta inquietante que una persona que busca liderar la nación esté dispuesta a apelar a este tipo de recursos para sacar de circulación un libro que puede perjudicar su imagen. Parte del quehacer político es estar sometido a constante fiscalización y una persona que ha ejercido tantos cargos públicos como el personaje que nos ocupa debería estar acostumbrado a ello. Además, a semanas de los comicios, la ciudadanía tiene derecho a consultar el mayor número de fuentes posible para informarse sobre los candidatos, sus propuestas y cualquier cuestionamiento que pueda pesar sobre ellos.
En efecto, el libro de Acosta alude a una serie de circunstancias de la vida de César Acuña que, más que motivar querellas, deberían motivar al apepista a dar algunas explicaciones. Por ejemplo, el autor asegura que tres fuentes le han dicho que el exparlamentario visitó la infame salita del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) en el año 2000 –en las postrimerías del régimen de Alberto Fujimori–. Asimismo, se refiere a cómo habría llevado a cabo acuerdos confidenciales para sortear la acción de la justicia. Señalamientos que, por lo menos, ameritan aclaraciones serias del implicado.
El candidato también debería saber, a estas alturas de su carrera política, que este tipo de medidas suelen traer efectos contrarios a los pretendidos. Que el protagonista de un libro se esmere por que este no se distribuya solo hace que el producto sea más atractivo para el público y le ofrece mayor visibilidad. En especial cuando la demanda interpuesta contra el autor y la editorial se sostiene en algo tan ridículo como el uso de una frase que, después de tantos años desde que fue acuñada, está bastante socorrida.
Por otro lado, si el señor César Acuña buscó con todo esto llamar la atención de la ciudadanía y los medios, es claro que lo ha logrado… pero por las razones equivocadas. Lejos de mostrarse como un estadista, se muestra como un individuo capaz de depredar la libertad de expresión cuando esta no lo beneficia. Y a ello se le suma que se dibuja a sí mismo como una persona alérgica a la transparencia y al escrutinio de la prensa.
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