BCR amplía plazo hasta el 2018 uso de denominación 'Nuevo Sol'
BCR amplía plazo hasta el 2018 uso de denominación 'Nuevo Sol'
Editorial El Comercio

En su momento, uno pudo estar de acuerdo o no con varias de las medidas impulsadas por el ex titular del Ministerio de Economía y Finanzas () . El alza del Impuesto Selectivo al Consumo a los combustibles y la propuesta para reducir el tramo exonerado del Impuesto a la Renta de personas naturales, solo por citar dos ejemplos, generaron apoyo de ciertos sectores y críticas de otros. Pero más allá de estas controversias, la preocupación que demuestra el MEF por la trayectoria del es destacable y merece más que una reflexión.

Por décadas, una de las principales –sino la principal– fortaleza económica del Perú ha sido su solidez macroeconómica. Con una deuda soberana en un rango cómodo, la inflación acumulada más baja de la región durante los últimos 15 años, y cuentas fiscales en orden, el país se ha hecho merecedor del grado de inversión por las agencias calificadoras de riesgo y ha logrado atraer inversiones que se traducen en mejores empleos, mayores ingresos y reducción de la pobreza.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, la posición fiscal se ha debilitado: el Estado gasta consistentemente más dinero que el que logra recaudar. El año pasado, el déficit fiscal ascendió a 3,1% del , y para este año la proyección es de 3,5% del PBI, la cifra más alta en 26 años. Este es el resultado de una combinación –acumulada en los últimos años– de mayores gastos e ingresos reducidos. Desde el 2011, el gasto en personal y obligaciones sociales, por ejemplo, ha subido en 93,6%, o 9,9% en promedio por año, 3,2 puntos porcentuales por encima del crecimiento del PBI nominal del período. Por su lado, los ingresos tributarios como porcentaje del PBI sumaron 12,9% del PBI el año pasado, acumulando cinco años consecutivos de caída. El gobierno aspira a llegar a un déficit de 1% del PBI para el 2021, pero a la fecha no es claro cómo lo conseguiría. De no encontrar una trayectoria razonable para lograrlo, la credibilidad del Perú en el contexto internacional se vería mellada.

Poner en riesgo esta característica distintiva de la economía peruana –su déficit fiscal controlado– es peligroso. En primer lugar, porque erosiona un pilar fundamental del modelo económico que el Perú ha conseguido gracias al esfuerzo y disciplina de décadas. En segundo lugar, porque limita la capacidad de respuesta del Estado ante circunstancias difíciles. Por ejemplo, los casi S/20.000 millones que se usarían en la reconstrucción del norte del país tras el paso del fenómeno de El Niño costero están disponibles gracias a ahorros de años anteriores y a deuda relativamente barata que el Perú es capaz de obtener en mercados internacionales debido a su buena posición fiscal. Países con cuentas fiscales menos sólidas –como es el caso de Argentina, Brasil o Ecuador– tienen poco o nulo espacio para hacer frente a eventos inesperados que requieran gasto público urgente, sea un terremoto o una crisis económica profunda.

Si la causa de la brecha fiscal es doble –mayores gastos y menores ingresos–, la solución también debe serlo. Por el lado del gasto, mejorar la institucionalidad de las escalas de todos aquellos en la planilla pública –sean policías, maestros o burócratas–, por ejemplo, dotaría de predictibilidad al sistema y lo haría menos propenso a presiones políticas. Asimismo, el esfuerzo que empezó el ex ministro Tuesta por reducir “gastos superfluos” debe continuar y profundizarse. Por el lado de los ingresos, el cierre de algunas exoneraciones fiscales –como la de la Amazonía–, puede dar buenos resultados en el corto plazo, mientras que a mediano plazo la apuesta tiene que ser por mayor crecimiento económico basado en inversión privada y empleo adecuado como condiciones elementales de mayor recaudación fiscal.

El camino por delante no es fácil ni popular (después de todo, un Estado generoso y pródigo recoge más simpatías), pero sí necesario. Las familias peruanas saben que no pueden gastar cada año más de lo que les ingresa, y que hacerlo las coloca en una situación de riesgo ante cualquier eventualidad a la que no puedan hacerle frente con ahorros o deuda barata. Saben que esta actitud hipoteca de cierto modo su futuro y de sus hijos. El Estado podría sacar un par de lecciones de esta sabiduría elemental.