Históricamente, cuando se habla de dengue en el Perú, se suele asociar la aparición de brotes de esta enfermedad con las regiones ubicadas en la selva y en el norte, cuyo clima cálido y lluvioso resulta propicio para la reproducción del mosquito que la porta y la contagia. En mayo pasado, por ejemplo, el historiador Marcos Cueto recordaba en estas páginas cómo, pese a que para 1958 el mosquito transmisor del dengue parecía ya erradicado del territorio nacional, el virus volvió a aparecer con fuerza en la última década del siglo, especialmente en Iquitos, Tarapoto y la costa norte. Hoy, la enfermedad ha dejado de ser un problema focalizado en unas pocas regiones para estar presente en prácticamente todas (la única excepción parece ser Moquegua), con especial énfasis en Lima.
En lo que va del 2024, hasta el 20 de abril, el Centro Nacional de Epidemiología, Prevención y Control de Enfermedades del Ministerio de Salud (Minsa) ha detectado 173.706 casos de dengue. Se trata del número más alto reportado en las primeras 16 semanas de los últimos seis años, y está a punto de superar el total de casos registrados en los años 2018, 2019, 2020, 2021 y 2022 sumados (175.923). En otras palabras, en los primeros cuatro meses de este año (el reporte no incluye los últimos 10 días de abril) se ha detectado casi la misma cantidad de contagios de dengue que la que se detectó en los 60 meses que corrieron entre enero del 2018 y diciembre del 2022.
El alza en las infecciones se explica por el papel que viene desempeñando la capital, que alberga a la mayor cantidad de peruanos y que hasta la semana 16 reportó 46.491 casos de dengue. Lima no solo registra más casos que regiones como La Libertad (35.119), Ica (22.782) y Piura (21.743), tradicionalmente golpeadas por este mal, sino que varios de sus distritos como Comas (4.728) o San Juan de Lurigancho (4.075) superan a regiones como Tumbes (3.667) o Loreto (3.442) por sí solas. Según el director general de Intervenciones Estratégicas en Salud Pública del Minsa, Cristian Díaz Vélez, esta ya es la mayor cantidad de infecciones en la historia de Lima a estas alturas del año.
Las cifras, sin embargo, parecen no encontrar eco en las autoridades, ni en las del Ejecutivo ni en los burgomaestres capitalinos, que parecen contemplarlas como esperando que caigan por la fuerza de la gravedad, por su propio peso. Esta dejadez de quienes nos gobiernan no es novedad, pero en una coyuntura en la que está en riesgo la salud de las personas la situación se vuelve indignante. No es para menos. Ayer, la Unidad de Periodismo de Datos de este Diario (ECData) reveló que menos del 2% del presupuesto total asignado a salud se dedica a controlar enfermedades metaxénicas (como el dengue) y que regiones que concentran gran cantidad de casos de esta enfermedad como Áncash y La Libertad ocupan los últimos lugares en ejecución de esta partida presupuestal. La desidia se paga caro.
Pero las autoridades políticas no son las únicas que llevan responsabilidad en esta coyuntura; también las médicas. Este Diario ha detectado que varios médicos vienen recetando supuestos tratamientos contra la enfermedad que, en el mejor de los casos, no tienen efecto alguno y, en el peor, pueden agravar los síntomas del paciente. El episodio tiene alarmantes reminiscencias con lo ocurrido durante la pandemia del COVID-19, cuando, desesperados por hacer frente a un virus que en ese entonces era poco conocido, muchos pacientes optaron por remedios sin efectividad probada. En el caso del dengue, ni la ivermectina, ni las hojas de papaya ni los corticoides ayudan a combatirlo, y es también obligación de los ciudadanos tomar las precauciones necesarias para evitar allanarle el camino al virus. Habrá que extremar los cuidados, pues a las autoridades parece importarles poco que el país vaya superando, semana tras semana, sus propios récords de dengue, y que Lima se haya convertido en la capital de esta enfermedad.