Editorial El Comercio

Como es obvio, el título de este editorial poco tiene que ver con el clima. La expresión, tomada de una exitosa serie, tiene aquí un valor metafórico. Quiere decir que se vienen para nosotros tiempos duros y que la amenaza, precisamente como en la ficción aludida, viene del norte.

La escalada de violencia desatada por el crimen organizado dos días atrás en , efectivamente, hace temer que el poder de esas bandas trasponga nuestras fronteras y asuele pronto nuestro territorio. Y es frente a ese temor que ha reaccionado el Gobierno enviando refuerzos policiales a las zonas limítrofes con el vecino país –Tumbes, Piura, Cajamarca, Amazonas y Loreto– y declarando en emergencia las regiones a las que esa situación compromete. Se trata, por cierto, de medidas sensatas, pero a todas luces tardías e insuficientes.

Tardías, porque nuestras fronteras son desde hace mucho una coladera por la que ingresan ilegalmente al Perú personas de toda índole, incluyendo a los criminales. E insuficientes, porque, mientras no se dote a la policía de los recursos que necesita para operar con eficiencia y no se privilegie el trabajo de inteligencia, seguiremos dando palos de ciego a un enemigo que nos tiene perfectamente ubicados y al alcance de su mano, habitualmente armada.

La verdad es que, por un lado, varias de las bandas ecuatorianas cuya infiltración en las regiones aludidas se quisiera evitar ya están operando aquí desde hace tiempo. Nos referimos específicamente a Los Choneros y a Los Tiguerones (que, de acuerdo con el exministro del Interior Rubén Vargas buscarían controlar el puerto de Paita). Y, por el otro, que, con la presencia de las muchas facciones del Tren de Aragua y las innumerables organizaciones gansteriles de origen local en el territorio nacional, no hace falta que lleguen más delincuentes del extranjero para que nos sintamos amenazados.

Sin ir muy lejos, en los últimos días se han producido hechos tan alarmantes como el ataque de una turba a una patrulla policial en Pataz para liberar a cuatro integrantes de la banda Los Parqueros, y el asalto a los policías encargados de la seguridad del hijo de la presidenta Dina Boluarte en La Victoria, que supuso el robo de sus armas. Y es evidente que las autoridades responsables de contrarrestar este desborde de criminalidad no tienen ni la más remota pista de qué hacer al respecto. La declaración de emergencia en varios distritos de la capital ha demostrado ya su inutilidad, pues ha golpeado más a los negocios afincados en esos lugares que a las pandillas de maleantes que allí operan. No en vano existen en este momento dudas en el Ejecutivo acerca de la posibilidad de extender por un tiempo más la medida.

Finalmente, no podemos pasar por agua tibia las denuncias realizadas por periodistas ecuatorianos sobre el hecho de que varios de los hampones que sembraron el pánico en la jornada del martes usaban municiones y explosivos de origen peruano, un dato confirmado ayer por el ministro de Defensa, Jorge Chávez Cresta, y que amerita un pronunciamiento del Gobierno, pues demostraría el poco control de nuestras autoridades sobre el armamento nacional.

Así las cosas, el gran peligro que entrañan los sucesos de Ecuador es el del ejemplo (entendido, por supuesto, en la peor de sus acepciones). Esto es, el de que los grupos organizados que ya delinquen en el país decidan que ellos también pueden aumentar el calibre de sus acciones violentas y ensayen una asonada como la que vivió antes de ayer nuestro vecino norteño. Sobre todo, si a la larga las consecuencias para quienes perpetraron esos ataques resultan mínimas.

¿Se han puesto a pensar nuestras autoridades en lo que ocurriría aquí si las bandas empiezan a tomar locales universitarios, asaltar estaciones de televisión o secuestrar a policías? ¿Están considerando medidas distintas o adicionales al refuerzo de las fronteras y las declaraciones de emergencia al menudeo? Si la respuesta a esas preguntas es negativa, entonces podemos decir, como en la serie “Juego de tronos”, que el invierno se acerca.

Editorial de El Comercio