Sin duda, ha sido una estupenda noticia para el país la buena ubicación en la que el Banco Mundial ha colocado al Perú en su ránking de facilidad para hacer negocios Doing Business 2015. De 189 economías a escala mundial, la nuestra se ubica en el puesto 35. Y si nos comparamos con países de la región, ocupamos el segundo lugar, solo superados por Colombia.
Ahora, hay que poner las cosas en perspectiva. No podemos perder de vista que esta medición solo evalúa unos cuantos ingredientes de los muchos que se necesitan para la receta de un adecuado clima de negocios. Entre los evaluados están la obtención de licencias de funcionamiento y de créditos, el cumplimiento de contratos, la eficiencia de los mecanismos de resolución de insolvencias, la facilidad de pago de impuestos o la agilidad del trámite de los permisos de construcción. Y, aunque en los últimos años hayamos mejorado en varios de estos indicadores –lo cual es un logro que hay que celebrar y felicitar–, el camino por delante aún es largo.
En efecto, la inversión privada ha venido cayendo y las regulaciones estatales son cómplices de este fenómeno. Si miramos, por ejemplo, el Reporte de Competitividad Global 2014-2015 realizado por el Foro Económico Mundial, nos damos cuenta de que nuestro país aún está en la cola a escala mundial en aspectos fundamentales para hacer negocios. Así, por citar solo algunos casos, de 144 economías nos encontramos en el puesto 127 para las categorías “cargas burocráticas” y “sobrecostos originados por el crimen y la violencia” y en el puesto 130 en “facilidad para la contratación y el despido”. Esto por no mencionar otros muchos en los que aún estamos por detrás del puesto 100: instituciones, propiedad intelectual, independencia del Poder Judicial, crimen organizado o infraestructura.
Por otro lado, como hemos reiterado en anteriores oportunidades, en el Perú los costos no salariales del trabajo (todo lo que el empleador tiene que pagar por cada trabajador y que no va a las manos de este) alcanzan al 60% del salario, lo que constituye una carga importante para potenciales nuevos empresarios y para la expansión de los negocios existentes. Aquí, además, nos encontramos en desventaja frente a otros países de la región: los sobrecostos laborales en Chile y México son de apenas 31,7% y 36,4%, respectivamente, lo que los hace más competitivos. Ello sin contar otras muchas cargas laborales que afectan el crecimiento empresarial, como los altos costos de aplicar la ley de seguridad y salud en el trabajo y las altas multas de la Sunafil.
Adicionalmente, las altas cargas impositivas en nuestro país constituyen un gran peso adicional al momento de realizar un negocio o una inversión. Si queremos crecer como las grandes economías asiáticas, debe tomarse al toro por las astas y concretar una reforma impositiva que permita la generación de nuevos emprendimientos y que haga posible el crecimiento empresarial. En nuestro país, el Impuesto a la Renta corporativo es de 30% y el IGV es de 18%, casi duplicando la carga de importantes economías asiáticas: en Singapur estas tasas son de 17% y 7%, en Hong Kong de 16,5% y 0% y en Taiwán de 17% y 5%. A lo anterior se le suman las pésimas reformas tributarias realizadas en el 2012 (norma antielusiva, fianza del 100% para medidas cautelares, etc.) que contribuyeron a que la inversión privada y la confianza empresarial cayeran drásticamente.
Tampoco podemos dejar de mencionar lo que sucede en el sector minero. La encuesta mundial anual que efectúa el Instituto Fraser a compañías mineras de todo el mundo busca analizar qué tan atractivo resulta un país para los inversionistas en este sector. En su ránking ocupamos el puesto 19 de 112 en potencial geológico minero, mas nuestras políticas gubernamentales hacen que nos ubiquemos en el puesto 56 en cuanto a condiciones regulatorias para la inversión minera.
Hay que celebrar el puesto que hemos obtenido en el Doing Business, pero hay que mirarlo en su real dimensión. Y hay que verlo como una muestra de que, con decisión por parte del gobierno, puede avanzarse mucho en la facilitación de los negocios en todos los otros campos en los que no somos así de exitosos.