Era el año 356 a.C. en Éfeso, en la antigua Grecia, cuando Eróstrato, un pastor devenido incendiario, prendió en llamas el templo de la diosa Artemisa con el único objetivo de que su nombre se hiciese conocido. Una hazaña que, como se ve, rindió frutos e incluso llevó a que se identifique el síndrome de Eróstrato, padecido por quienes buscan notoriedad valiéndose de acciones reñidas con la moral más básica.
Más de 2.300 años después, en nuestro país, ante la elección del próximo 26 de enero, el ejemplo de Eróstrato parece estar guiando la campaña de algunos partidos políticos que, aunque sin llegar a los extremos que aquel exploró, han elegido el escándalo y las diatribas como herramienta para buscar un incremento de sus magros porcentajes en las encuestas de intención de voto.
De hecho, el martes pasado, una muestra de lo descrito tuvo como escenario a la sede de este Diario y como protagonistas a los candidatos Julio Arbizu y Mario Bryce, quienes participaron en uno de los debates organizados por el medio para que los aspirantes a congresistas expongan sus ideas. En esa oportunidad, al cierre del intercambio, el segundo le regaló dos jabones al primero, en un gesto que claramente pretendía insultarlo y humillarlo y que, insistimos, rechazamos tajantemente.
Pero resulta evidente que lo ocurrido es apenas un ejemplo de la actitud que se ha convertido en el modus operandi del partido que auspicia al señor Bryce. Y muestras del mismo se han visto en el transcurso de la campaña: como con el spot en el que asocian a políticos de distinta procedencia con terroristas probados y condenados, las insólitas aseveraciones de una candidata sobre el currículo nacional e incluso con la distribución de una encuesta meridianamente falsa que los colocaba en una posición mucho más ventajosa que la real…
En suma, un despliegue de juego sucio que les está permitiendo llamar la atención de más de uno pero que el ciudadano no necesariamente premiará en las urnas.