La idea de que la riqueza es un pastel ya dado y solo hace falta repartir en porciones ‘justas’ entre los miembros de una sociedad no ha hecho sino llevar a ciertos políticos y organizaciones no gubernamentales (ONG) a conclusiones equivocadas. El problema, por supuesto, es que aquellos que conceptúan la desigualdad como el principal catalizador de la pobreza suelen partir de la premisa de que la riqueza de unos es, necesariamente, consecuencia de la pobreza de otros.
Hace unos días, por ejemplo, la ONG británica Oxfam publicó un informe en el que asegura que el patrimonio del 1% de las personas más ricas del mundo superó en el 2015 al del 99% restante, y que con esto nos enfrentamos a una crisis “que está fuera de control”. La tesis del informe argumenta que, lejos de alcanzar a los sectores menos favorecidos, el crecimiento y la riqueza mundial están siendo absorbidos por los más ricos.
No es el caso, sin embargo, que la nueva riqueza haya ido a parar a los bolsillos de quienes ya eran los más pudientes, ni mucho menos que esta pueda ser ‘absorbida’, como arguye el estudio. El capital, a fin de cuentas, no es una cantidad fija que pasa de mano en mano sino, por el contrario, es dinámico, por lo que el mercado premia los emprendimientos y la creatividad de quienes permiten agrandar el pastel.
Mark Zuckerberg, por ejemplo, es una de las personas más ricas del planeta y el artífice de un proyecto de acogida mundial: Facebook, cuyo valor hace poco más de una década era inexistente. Han sido, pues, los beneficios de su idea los que le permitieron generar una fortuna que se tradujo en dividendos para las miles de personas que hoy trabajan en su empresa y trajo ventajas para los millones de usuarios de la plataforma que diseñó.
La ONG que motiva este comentario, no obstante, considera que la creciente desigualdad económica perjudica a toda la población global y debilita el crecimiento y la cohesión social. Por ello propone “revertir estas tendencias a través de políticas progresistas que redistribuyan los beneficios económicos entre el conjunto de la ciudadanía, en lugar de reforzar la concentración del capital”.
La experiencia, empero, demuestra que los modelos económicos asistencialistas que privilegian la redistribución, en el largo plazo traen consecuencias que afectan seriamente el propósito que persiguen: reducir la pobreza. La situación fiscal brasileña es un claro ejemplo de ello. Al aumentar las transferencias sociales, el gobierno de ese país ha generado un gasto que hoy alcanza el 12% de su PBI, lo que ha llevado a incrementar el déficit fiscal a un extremo que hoy se advierte inmanejable.
Por otro lado, el informe de la Oxfam sostiene que la evasión y elusión fiscal constituyen el mejor ejemplo de cómo el sistema económico “se ha contaminado para favorecer los intereses de los poderosos”.
Si bien los beneficios tributarios distorsionan el mercado (pues deberían ser las personas libres y no las facilidades concedidas desde el poder a ciertas actividades económicas lo que determine la rentabilidad de un emprendimiento), en países como el nuestro, afirmar que la elusión fiscal favorece los intereses de los “poderosos” se aleja de la realidad.
En el Perú, la informalidad económica ocasiona que la mayor parte del financiamiento público provenga de un número pequeño de contribuyentes. Hoy en día, a pesar de contar con más de 7 millones de unidades productivas, casi la mitad del impuesto a la renta de tercera categoría es generado por apenas 300 empresas, las cuales sostienen a través de sus impuestos buena parte de la estructura del Estado.
El verdadero bienestar no debe ser medido por los niveles de igualdad, pues si ese fuera el caso, Venezuela –el país con la menor desigualdad de la región– sería un ejemplo a seguir. El problema real, finalmente, no es que unos tengan más que otros, sino que quienes tengan menos no cuenten con las herramientas adecuadas para romper las barreras que los excluyen de participar en la economía.
Lo que los representantes de Oxfam se deberían preguntar, por ello, es si las libertades de mercado han permitido hacer de este un mundo mejor. Y, si les plantearan esta interrogante a los millones de personas que han logrado salir de la pobreza en las últimas décadas, seguramente obtendrían la respuesta.