En los tiempos de nuestros abuelos, existía una expresión para saludar la sorpresiva reaparición de alguien que había estado perdido por mucho tiempo. Sin importar si el resurgido de las sombras era hombre o mujer, ellos decían: “¡Apareció Titina!”, en tono de alegría o angustia según fuera el caso. Y ahora que Martín Belaunde Lossio ha asomado finalmente la cara en Bolivia, la ocasión parece pintada para recuperarla.
El viejo amigo del presidente Humala, efectivamente, pasó a la clandestinidad el 29 de mayo del año pasado, al ser comprendido en las investigaciones por el caso de ‘La Centralita’, y desde entonces la actitud del gobierno hacia él ha sido cambiante.
Lejos están ahora los días, inmediatamente posteriores a su desvanecimiento, en que el presidente declaró que le dolía la situación por la que el prófugo estaba pasando y llamó a tratar el asunto “con prudencia”. Pesó entonces seguramente en su ánimo el recuerdo de los 265 mil soles que Belaunde Lossio aportó a la campaña nacionalista del 2006 y la consultoría que su empresa Soluciones Capilares le confió poco después a Nadine Heredia, a pesar de no ser una conocida experta en los tratamientos contra la calvicie. Como se sabe, el pago ascendió a 30 mil dólares aun cuando la empresa no llegó realmente a funcionar.
Acaso haya sido la prudencia solicitada por el mandatario la razón de que la orden de captura internacional contra el prófugo empresario recién entrase en vigencia el 11 de setiembre pasado (más de tres meses después de su desaparición). Pero, en cualquier caso, aquello fue un anuncio de que la atmósfera en el gobierno con respecto al colaborador de antaño empezaba a cambiar.
De pronto, este se transformó en una figura borrosa en el recuerdo de algunos de los parlamentarios de Gana Perú (como Josué Gutiérrez o Víctor Isla); y hasta el presidente, aliviado del dolor que su situación alguna vez le produjo, empezó a tomar distancia de él, restándole importancia a su participación en la campaña del 2006 y evitando mencionar su rol en la del 2011. Fue en ese contexto que Belaunde Lossio, siempre desde la clandestinidad, decidió sacudirles a todos ellos la memoria con su famosa advertencia: “Gratis yo no me voy a ir a la cárcel”.
La frase dio pie a que se mirase con suspicacia tanto la posibilidad de que el fugitivo se acogiese a la colaboración eficaz con ayuda del gobierno como la resistencia del oficialismo a formar una comisión investigadora del caso en el Congreso. Sin embargo, para cuando esa renuencia fue derrotada y el citado grupo parlamentario creado con una legisladora de oposición a la cabeza (Marisol Pérez Tello del PPC), las hostilidades desde la cumbre del poder ya habían sido declaradas: el presidente y la primera dama profetizaron que Belaunde Lossio caería de todas maneras, y el ministro Urresti se definió como “obsesionado” por cogerlo.
La naturaleza retórica de tales clamores, sin embargo, se puso en evidencia cuando el suspendido fiscal Ramos Heredia reveló que el motivo de tanta obsesión se encontraba en Bolivia, al amparo de una solicitud de refugio. Y el titular del Interior recurrió a la mentira al afirmar que, hasta antes de ese anuncio, había estado seguro de que podría capturar al prófugo en Año Nuevo. Lo cierto, como se supo luego, es que el ordenamiento legal del país altiplánico no lo habría permitido.
La incomodidad que esta nueva circunstancia supuso para el gobierno se hizo obvia durante la entrevista que el presidente Humala concedió hace unos días a un conocido periodista. En ella, ante la sola alusión al temor que un Belaunde Lossio eventualmente locuaz podría provocar en Palacio, el mandatario sentenció que había que “elevar el nivel de la conversación” y que esa era “una entrevista con el presidente de la República”, como si la prensa no pudiese plantearle temas espinosos porque la majestad de su cargo así lo exige.
Ahora, no obstante, mientras la comisión multisectorial del Ejecutivo cumplía confusas funciones en La Paz, Belaunde Lossio ha aparecido en Santa Cruz y ha empezado a hablar. Por el momento solo ha dicho que nunca cometió delito alguno y que confía en la justicia boliviana porque en el Perú no se han respetado sus derechos. Pero pronto la materia de sus disertaciones podría extenderse, y entonces habrá que estar muy atentos para distinguir el tono en que el gobierno, que en estas horas se muestra silente, modula el añejo: “¡Apareció Titina!”.