La novela “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde” narra la historia de un respetado científico que, al ingerir una pócima, se transformaba en un ser malvado que caía en todos los vicios que la sociedad de esa época reprimía. En esta aclamada historia, Robert Louis Stevenson explica la dualidad del ser humano: la posibilidad de que una persona tenga dos identidades opuestas.
En nuestro país parece que la pócima del doctor Jekyll hubiese llegado a las manos de varios empresarios. Y es que en la mayoría de oportunidades estos muestran todo su apoyo a las políticas de apertura comercial (como cuando defendieron con ferviente entusiasmo los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos, la Unión Europea y algunos países de Asia), pero en otras ocasiones se convierten en un señor Hyde que defiende con garras y dientes el proteccionismo más evidente. Esto lo hemos visto en la reacción de muchos empresarios frente a la reducción de aranceles por parte del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF).
Recapitulemos esta historia. Hace unos días, el ministro Alonso Segura anunció la reducción de más de 1.800 partidas arancelarias a cero. Esto es consistente con la política de apertura al mercado internacional que ha venido siguiendo el Perú en los últimos años y que tantos beneficios ha traído. La finalidad era permitir la importación de insumos a menor costo para facilitar la producción y volver nuestros mercados más competitivos. Los ganadores finales de esta medida, por supuesto, seríamos todos los consumidores, que podríamos acceder a mejores productos a precios más bajos.
La eliminación de aranceles, sin embargo, llevaba a que los exportadores perdieran un privilegio al que ya estaban mal acostumbrados: el drawback. Este es un mecanismo que permite que quienes exportan reciban del Estado el 5% del valor del producto final exportado como compensación por haber pagado aranceles de importación de insumos. Como ya no había aranceles, el beneficio del drawback se perdía. Y esto no les convenía a muchos exportadores porque a menudo el gobierno les devolvía por drawback más de lo que ellos pagaban por aranceles de importación. Para decirlo en simple: este beneficio llevaba a que el Estado regalara dinero de todos los contribuyentes a unos pocos empresarios y, por supuesto, ellos no quieren perder la “caridad” estatal.
¿Por qué todos los peruanos deberíamos pagar este subsidio a algunas empresas? Los exportadores argumentan que este beneficio les permite ser más competitivos. Pero este es un argumento falaz, pues tuerce el concepto de competitividad. El privilegio del drawback facilita que ellos ganen la carrera a sus competidores porque les permite empezar a correr desde más adelante, no porque los haga más rápidos. Y lo que queremos es que el Perú tenga empresas que se vuelven más competitivas porque descubren maneras más eficientes de producir y no porque se nos obliga a los contribuyentes a subsidiar su llamada “competitividad”.
Los exportadores sostienen también que el drawback es justo porque otros países lo aplican. Lo cual tiene tanto sentido como decir que porque los chinos y brasileños se tiran del techo, los peruanos deben hacer lo mismo. Si en aquellos países el Estado toma dinero público para regalárselo a empresas, ¿acaso eso justifica que nuestro gobierno nos someta a la misma injusticia?
Finalmente, los exportadores señalan que un contexto de desaceleración económica no era la ocasión para eliminar el mencionado beneficio. Pero, por supuesto, por lo que a ellos concierne, nunca será un buen momento. Y, en cambio, para los contribuyentes y consumidores este o cualquier momento es bueno.
El MEF, lamentablemente, ha cedido en parte a las presiones de los señores Hyde y ha repuesto parte de los aranceles. Ahora, por lo menos, también ha decidido reducir el drawback al 4% para el 2015 y al 3% para el 2016 (dejándole al próximo gobierno la papa caliente de tomar la decisión final de enfrentarse a los exportadores y eliminar este privilegio).
Alguien podría decir que esta fue una decisión salomónica. Pero a nosotros nos da la impresión de que el MEF decidió cortar en dos al niño y darle a cada parte una mitad.