Si es que –como dice el Gobierno cada vez que sale a la luz alguna escandalosa nueva revelación sobre sus privilegios en prisión– Antauro Humala es realmente un preso más, resulta difícil explicar por qué acaba de costarle la cabeza al comandante general del Ejército, general Ricardo Moncada. Como resulta difícil de explicar también por qué este comandante autorizó que su institución llevase a cabo una conciliación extrajudicial en la que cedió al preso el derecho a cobrar S/.70.000 por devengados de gasolina, pese a tratarse de un derecho que el Poder Judicial (PJ) le venía sólidamente negando (las dos primeras instancias habían fallado en contra del etnocacerista). De hecho, ese 14 de enero, fecha en que sus custodios lo dejaron salir de la prisión que lo alberga para ir al banco a cobrar su cheque, fue precisamente el día siguiente de aquel en el que el Ejército fue notificado de la resolución judicial de segunda instancia.
Desde luego, el gobierno también ha tratado de explicar el episodio del cheque como algo sucedido fuera del radar del presidente: habría sido una decisión tomada por cuenta y riesgo de algunos funcionarios en el Ejército. En otras palabras, el gobierno dice que, por lo que a él toca, lo ocurrido fue un accidente. El problema con esta explicación, sin embargo, está en la consistente cadena de favores que Antauro Humala viene recibiendo desde que su hermano es presidente y aun antes de que estuviese preso en un penal militar. Numerosos funcionarios de diferentes entidades parecen haber decidido lo mismo (beneficiar a Antauro) por su cuenta y riesgo a lo largo del tiempo.
En efecto, en el tiempo descrito el menor de los Humala ha podido hacer las siguientes cosas desde prisión (de hecho, desde una prisión que se supone de máxima seguridad): editar y dirigir un pasquín subversivo, recibir en su celda a las cabezas de su movimiento, fungir de buscador de empleos gubernamentales para una serie de personas y actuar como “tramitador” usando sus buenos oficios para agilizar procedimientos frente a entidades públicas. Esto, además de, por supuesto, consumir estupefacientes y organizar en su celda románticos encuentros con su novia, los cuales fotografió con el mismo iPhone que usaba para comunicarse cómodamente con un mundo exterior al que, por si lo anterior fuese poco, salía en Navidad y Año Nuevo, a fin de poder celebrar, como es tradición, con los seres queridos.
No se puede afirmar pues que haya nada accidental en los privilegios de Antauro Humala; hay más bien todo lo contrario: algo sistemático que trasciende a las diferentes instituciones bajo cuyo cuidado ha estado. Es más, la mayoría de favores antes descritos los recibió Antauro Humala mientras estaba en una cárcel que dependía exclusivamente del Instituto Nacional Penitenciario (INPE), cuyos trabajadores, dicho sea de paso, también visitaban la celda de Humala cuando necesitaban ser ratificados en sus puestos. Por otra parte, la desconcertante sucesión de escándalos protagonizados por el hermano del presidente en la prisión del INPE jamás hizo que se removiera a quien hasta hoy dirige esa institución.
Es posible que la antes descrita cadena de favores haya sido en efecto solo la consecuencia de una serie de coincidencias ocurridas en diferentes niveles de diferentes entidades públicas sin llegar jamás al presidente. Sea ese o no el caso, una cosa es indiscutible: se dé cuenta o no el mandatario, ni a él ni a su gobierno les ha convenido, en el balance, que estos eventos hayan ocurrido y sigan ocurriendo. Si algo hiere en el corazón la imagen de una autoridad eso es la sensación de que esta utiliza el poder público para beneficios privados, incluyendo los familiares. Y, por supuesto, esta herida se acrecienta considerablemente cuando el familiar beneficiado es una persona que, entre otras cosas, intentó un golpe de Estado contra un gobierno democrático, asesinando en el camino a 4 policías.
Entonces, si el presidente no está detrás de los continuos escándalos de privilegios en torno de su hermano, él tendría que ser el primer interesado en zanjar de manera contundente el tema y colocar de forma definitiva al golpista ahí por donde solo pasó raudamente, a manera de gesto engañabobos, hace más de un año: la Base Naval del Callao. La versión de que estas cosas ocurren a pesar de él no es ni será verosímil mientras él mismo, que tiene el poder para hacerlo, no se asegure de que no vuelvan a suceder