(Foto: Agencia Andina)
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Editorial El Comercio

El gobernador regional de , , es un socio costoso para quien quiera labrar un proyecto político a su lado. Por una parte, arrastra la sombra de serios cuestionamientos por supuestos actos de corrupción durante su gestión anterior en ese mismo cargo; y por otra, tiene un historial de declaraciones y actitudes que lo perfilan como un dirigente izquierdista a la vieja usanza. Es decir, dispuesto a justificar las dictaduras si sintoniza ideológicamente con ellas y xenófobo en un sentido lato (esto es, con una aversión innata a lo que le resulte ‘ajeno’, ya sean minorías o extranjeros).

De ahí que la congresista de admitiese hace poco que la incomodaba la posibilidad de tenerlo como compañero de ruta en una confluencia como la que la líder de su organización, , está tratando de impulsar. “Sobre todo si no cambia su opinión sobre el tema de mujeres y sobre el tema LGTBI”, precisó la referida parlamentaria. Y solo cuando el entrevistador la apremió para saber si no la preocupaba también su indulgencia hacia la tiranía de Maduro en Venezuela, anotó: “Bueno, también”.

Por supuesto, la cosa en realidad no es tan sencilla. No bastaría que de pronto Cerrón dijese: “Listo, ya cambié mi manera de pensar sobre esos asuntos” para que todos estemos prestos a creerle. Pero la congresista Glave por lo menos reconoce que hay en la imagen pública del gobernador regional de Junín un problema de contradicción con los valores democráticos y de no discriminación que NP supuestamente enarbola. Y que integrar una alianza junto a él los comprometería por contagio.

No es esa, sin embargo, la actitud de la señora Verónika Mendoza. La ex candidata presidencial y cabeza visible de la organización a la que Glave pertenece está, en efecto, empeñada de un tiempo a esta parte en una iniciativa que, bajo el nombre de “Nuevas Voces del Cambio”, busca un entendimiento electoral para el 2021 entre distintas fuerzas que se consideran izquierdistas y de la que forman parte personajes tan cuestionados como Gregorio Santos y el ya mencionado Vladimir Cerrón.

Y cuando se le plantea la necesidad de hacer un deslinde al respecto, evade las preguntas o las responde de modo ambiguo. En una reciente entrevista televisiva, por ejemplo, a la demanda específica de si tomaba distancia o no de Vladimir Cerrón, repuso: “No se trata aquí de personas; se trata de principios”. Y luego le dio rodeos a una materia de claridad meridiana con reflexiones tan vaporosas como: “Más allá de las diferencias que tenemos con los unos y los otros, creemos que en política es importante, más que anular al otro y negarlo, dialogar y ojalá convencer de lo que, en este caso, nosotros creemos que es lo mejor para el país”.

Ni una contestación directa sobre las razones que la hacen considerar como potencial aliado a alguien que cree que lo que existe hoy en Venezuela es una democracia o que piensa que uno de los retos de la izquierda en el 2021 será enfrentar “a los poderes judío-peruanos”.
En honor a la verdad, su escamoteo de respuestas en torno a las afinidades del gobernador regional de Junín con el chavismo no termina de sorprender. Después de todo, la señora Mendoza ha sido también una sistemática tejedora de coartadas para la entraña dictatorial de ese régimen (“No es una dictadura porque no hubo golpe de Estado”, “En Venezuela se han dado procesos electorales democráticos avalados por entidades internacionales”, etc.).

En lo que toca a la discriminación de minorías, no obstante, las calladas maneras de la líder de Nuevo Perú son doblemente ignominiosas, porque no están alimentadas por alguna secreta coincidencia –como en el caso de Maduro–, sino por el aparente temor de irritar a un socio que, a la larga, resulta muy valioso, pues cuenta con la inscripción electoral de la que ella y su organización política carecen.

Para algunos, pareciera, los principios han pasado de moda.