El Partido Nacionalista parece estar calentando motores para las elecciones del 2016. Hace poco más de una semana el presidente Ollanta Humala declaró que era tiempo de ponerse la “ropa de campaña electoral”. Además, los voceros del nacionalismo contestan con un vago “no lo descarto” cuando se les pregunta si la primera dama encabezará la lista del Partido Nacionalista en el 2016.
Por un lado, es positivo que el partido de Gobierno esté evaluando la posibilidad de participar en la campaña electoral del 2016. Primero, porque significa que el nacionalismo se va consolidando cada vez más como un actor político importante en un sistema democrático en el cual los partidos políticos están muy debilitados. Segundo, porque el Partido Nacionalista de hoy no es el mismo que se presentó en las anteriores elecciones. Pese a algunos errores y demoras en implementar políticas que ayuden a lidiar con los ciclos económicos, el gobierno ha mantenido los principios fundamentales aplicados desde los años noventa. Además, el partido ha probado ser respetuoso del sistema democrático – especialmente desde que la primera dama descartó su postulación en el 2016–.
Sin embargo, ahora que está por ponerse la “ropa de campaña”, sería importante que el nacionalismo se dé cuenta de que debería procurar lavar las grandes manchas de corrupción que le han salpicado durante estos años –una camisa negra–. Manchas que contrastan muchísimo con sus iniciales promesas de ser un partido donde la honestidad haría la diferencia.
El caso más sonado últimamente es el del hoy prófugo Martín Belaunde Lossio, acusado de haber tejido una red de contactos en las regiones para que empresas relacionadas con él pudieran beneficiarse de jugosas licitaciones. Para ello, Belaunde Lossio habría aprovechado su cercanía a la pareja presidencial. Él no solo fue un importante asesor en la campaña del 2006 sino que aportó más de 260 mil soles a esta. Por otro lado, según recientes declaraciones del ex presidente del Congreso Víctor Isla (que contradicen la hasta ahora versión oficial nacionalista), también habría colaborado en la campaña del 2011. Especialmente por esta relación tan cercana, esperemos que el gobierno comprenda la importancia de capturar a Belaunde Lossio lo más pronto posible para así poder esclarecer esta situación.
Quizá, no obstante el caso que más daño le ha hecho al gobierno es el irregular resguardo a la casa de López Meneses, ex operador montesinista. La hipótesis del Ejecutivo, que se trató de un mero caso de “corrupción policial”, no ha convencido a nadie. Ha pasado un año desde que salió a la luz el caso, y hasta ahora no sabemos qué se resguardaba en esa casa, por qué llevó a la renuncia de uno de los asesores más cercanos al presidente, ni tampoco hasta qué nivel del gobierno llega este escándalo. Recordemos, además, cómo lejos de haber dado la impresión de hacer todo para contribuir a las investigaciones sobre el caso en el Congreso, el gobierno ha mostrado una actitud displicente. Por mencionar solo algunos hechos, tenemos la intención inicial del nacionalismo de que el asunto se vea en una de las comisiones presididas por Gana Perú y la negativa del señor Humala de declarar ante la Comisión López Meneses, pese a que antes no tuvo problema en reunirse a puerta cerrada con el entonces presidente de aquella comisión, el congresista Víctor Andrés García Belaunde.
A los dos anteriores casos se le suman, por supuesto, las más recientes denuncias que indicarían que el nacionalismo recibió financiamiento para su campaña de parte de mineros ilegales. Y también aquellos casos que, durante estos tres últimos años, han venido saliendo a la luz. Solo por dar algunos ejemplos, tenemos a quienes inauguraron los escándalos: Omar Chehade con el caso Brujas de Cachiche y Alexis Humala con su viaje a Rusia.
Es cierto que el nacionalismo no es el único partido que cuenta con ropa por lavar. Perú Posible tiene, entre otras cosas, el Caso Ecoteva; el aprismo las denuncias de los narcoindultos; y el fujimorismo no se ha desligado hasta ahora de diversas manchas del régimen de Alberto Fujimori. No por ello, sin embargo, debería el nacionalismo olvidar que, hace algunos años, en plena campaña electoral, nos hacía a todos los peruanos una promesa: “No perdonaremos a ningún corrupto”. Y las promesas hay que cumplirlas, caiga quien caiga. Si el nacionalismo, en fin, quiere “ponerse la ropa de campaña” para la fiesta democrática, debería hacer el esfuerzo de lavarla antes de ir.