Editorial: Carta bajo la manga
Editorial: Carta bajo la manga

Las nostalgias del Partido Aprista por la Carta Magna de 1979 nunca han sido un secreto. Después de todo, se trata de un texto que llevaba la firma de Víctor Raúl Haya de la Torre y que fue elaborado por una asamblea en la que su bancada era la mayoritaria.

De hecho, en la campaña del 2006, Alan García propuso que se derogase la Constitución de 1993, para restituir en su lugar la vigencia de la anterior. Una vez en el poder, sin embargo, pareció olvidar la idea y más bien aprovechó el marco institucional que brinda la que hoy nos rige para cimentar el crecimiento económico del que luego tanto se ha congratulado.

Pero, claro, una cosa son las campañas y otra, los gobiernos. Y como ahora estamos ingresando a una temporada que coincide con lo primero, no es de extrañar que esa vieja añoranza haya vuelto a ser expresada por uno de los representantes del referido partido. 

En este caso, ha sido el congresista Mauricio Mulder quien, en una entrevista radial, ha señalado: “Ratifico que para nosotros la bandera de una nueva constitucionalidad nacional que implique un contrato social que sea más inclusivo y que recupere las banderas básicas de la Constitución del 79 sigue siendo una bandera puesta a todo tope”.

La ocasión, pues, parece propicia para recordarles a quienes promueven la idea de regresar a la antigua Carta Magna las ventajas que, a pesar de todas las materias en que es perfectible, la actual ostenta frente a aquella.

Las constituciones, como se sabe, tienen por objeto poner restricciones a la acción de los gobernantes de turno y el Estado. Y, en el terreno económico, las establecidas por la Carta derogada (que buscaba institucionalizar las ‘reformas’ de la dictadura velasquista) dejaban al Estado un mucho mayor margen de expropiar bienes, intervenir los negocios y desconocer los contratos de los privados que la del 93. Por eso, precisamente, fue posible que los gobiernos de la década de 1980 adoptasen las medidas que nos sumieron en una crisis productiva. Durante la vigencia de la Constitución de 1979, nuestro producto bruto interno (PBI) creció en promedio apenas un 0,5% anual. Mientras que bajo la Carta de 1993, el PBI peruano ha crecido en promedio 5,2% al año. Así, con esta última Carta, el PBI aumentó 10 veces al año lo que creció bajo su antecesora.

El texto anterior, por otra parte, no blindaba al Banco Central de la intromisión política, lo que llevó a que en los años que siguieron a su promulgación se implementaran las políticas monetarias que generaron la inflación más alta del mundo en su momento y licuaron los sueldos y ahorros de los peruanos. Hoy, en cambio, en lo que concierne al control de la inflación, la independencia constitucionalmente protegida del Banco Central permite que las políticas monetarias llevadas adelante por esa institución sean ejemplares.

La Constitución de 1979, además, no les ponía bridas a los eventuales afanes de los gobiernos por arriesgar el dinero de los contribuyentes en temerarias aventuras empresariales. Una circunstancia que determinó que, a fines del primer gobierno de Alan García, las 186 empresas públicas entonces existentes hubiesen acumulado pérdidas por US$17.738 millones.

Durante la década de 1980 la pobreza creció hasta llegar a afectar a más de la mitad de los peruanos, mientras que hoy, en parte gracias a las reformas económicas consagradas en la Constitución de 1993, solo un 22,7% de nuestros compatriotas padece esa situación. Y la clase media se ha incrementado también significativamente en los últimos años (entre el 2005 y el 2014, por ejemplo, este sector pasó de ser el 11,9% al 50,6% de la población).

Los ejemplos podrían continuar, pero creemos que con lo expuesto hasta aquí basta para dejar en claro lo pernicioso que resultaría para el país que no solo el Apra sino cualquier sector político guardase afanes de volver a la Constitución de 1979 como una carta bajo la manga, lista para ser jugada sobre la mesa una vez que el voto popular pudiera haberlo favorecido llevándolo al poder.

Mejor concentrarse en corregir la Constitución existente en la línea de lo que ya ha demostrado funcionar, que volver sobre lo que tanta pobreza y retraso nos deparó. Contra lo que reza la expresión popular, no todo tiempo pasado fue mejor ni toda nostalgia está motivada por una felicidad pretérita.