María Corina Machado, la diputada que junto con Leopoldo López fue la cara más visible de las manifestaciones del pasado marzo en Venezuela, ha tenido que ir a rendir su declaración ante la fiscalía chavista. No podemos decir la fiscalía “venezolana” porque todas las instituciones de ese país hace tiempo que pertenecen mucho más al partido del caudillo que las infiltró y sometió que a la nación.
Las acusaciones contra la señora Machado son pintorescas: “delito contra la independencia y la seguridad de la nación”, el mismo que incluiría un plan para asesinar a Nicolás Maduro. Aparentemente, todo el mundo anda tras su cabeza: ya antes este ha acusado de querer matarlo a Uribe, a Capriles y a la CIA (y también ha hecho saber que Estados Unidos “inoculó” el cáncer que mató a Hugo Chávez, de lo cual, no le cabe duda al presidente, “algún día aparecerán las pruebas”).
No por pintorescas, sin embargo, las acusaciones contra Machado dejan de tener filo: después de todo, Leopoldo López, a quien el régimen inicialmente acusó de terrorismo, lleva cuatro meses encerrado en las prisiones chavistas. Cuatro meses en que el gobierno, que ya tenía el control de todos los canales de señal abierta, ha dictado una norma que obliga a los proveedores de cable a dotarlo de todas las frecuencias que él requiera, con lo cual avanza cada vez más en el camino por dejar a los televidentes venezolanos sin más mensajes que los del chavismo. Desde entonces el régimen también ha amenazado con no dejar volver al país a los venezolanos que migren huyendo de la crisis económica, sin contar además de los deficientes servicios públicos e infraestructura.
Queda claro que la dictadura venezolana ha decidido dejarse de maquillajes y mostrarse abiertamente totalitaria, como la Cuba chavista a la que siempre admiró. La verdad, le quedan pocos otros caminos a los chavistas si quieren evitar acabar rindiendo cuentas ante la justicia. Como lo recordó este domingo Carlos Alberto Montaner, han presidido sobre una oleada de divisas (gracias al ‘boom’ de los precios del petróleo) sin comparación en la historia venezolana: en los 15 años de chavismo el país recibió más divisas que en toda su historia desde que obtuvo la independencia en 1823. De los miles de millones de dólares despilfarrados (solo en “inversión social” – léase, programas clientelistas– el gobierno chavista ha gastado más de US$430.000 millones). La inflación acumulada por Venezuela es una de las mayores del mundo y la escasez de productos básicos es ya una situación permanente que ha alcanzado a los hospitales. Únicamente queda el lujo de la oligarquía del chavismo, cuyo máximo emblema podría ser el estilo de vida a lo Beverly Hills de la madre y las hijas del fallecido comandante de la revolución.
La pregunta, desde luego, es cuánto tiempo podrá resistir el gobierno chavista con una situación así, sobre todo ahora que la economía hace agua por todas partes y que ya no abundan los ‘petrodólares’ para arrojar encima del problema (luego, entre otras cosas, de la espectacular caída de su producción que ha vivido PDVSA, la estatal petrolera, desde que el gobierno intervino su gerencia). Para ponerlo en palabras de Talleyrand: ¿Cuánto tiempo podrán los chavistas permanecer sentados sobre una bayoneta? La respuesta depende de muchas variables, pero hay una que nos compete especialmente: cómo siga reaccionando la comunidad internacional y, particularmente, los vecinos de Venezuela ante la situación.
Hasta ahora esta reacción ha sido principalmente de un silencio cómplice, el mismo que, vergonzosamente, incluye a la OEA, cuyo secretario general, en línea con sus copiosos antecedentes de lavadas de mano, acaba de mencionar que la organización no tiene nada que decir sobre la prisión y el juicio de Leopoldo López porque es “un asunto interno”. Los medios y las personas comprometidas con la libertad en el continente, sin embargo, no debemos dejar de reclamar por Venezuela y exigir que nuestros gobiernos vayan fijando posiciones sobre lo que ahí pasa. No solo por solidaridad con nuestros hermanos venezolanos, sino también por las mismas razones por las que el fuego en la casa del vecino no le compete solo a este. Especialmente, desde luego, cuando uno vive, en lo que toca a la solidez de sus instituciones, en casa de madera.