El presidente Pedro Castillo participa en una actividad pública el pasado lunes 14 de febrero. (Foto: Anthony Niño de Guzmán/@photo.gec).
El presidente Pedro Castillo participa en una actividad pública el pasado lunes 14 de febrero. (Foto: Anthony Niño de Guzmán/@photo.gec).
Editorial El Comercio

El presidente tuvo problemas de aprobación desde el principio de su gestión, pero lo que ha registrado Ipsos-América TV , divulgada el domingo por la noche, no tiene precedentes. La aprobación del actual mandatario, en efecto, nunca ha sido superior a su desaprobación. Siempre de acuerdo con Ipsos-América TV, el mejor de sus registros se produjo en setiembre del año pasado, cuando alcanzó un 42% de aprobación ciudadana… Pero en ese mismo momento su desaprobación se empinaba hasta el 46%.

Desde entonces, la aprobación del jefe del Estado fue disminuyendo y su desaprobación creciendo, al punto de que un mes atrás, la primera estaba en 33% y la segunda en 60%. En solo cuatro semanas, sin embargo, lo que parecía una tendencia sostenida y preocupante se ha convertido en un desplome pasmoso: la aprobación presidencial ha caído ocho puntos porcentuales y se ubica en un 25%, lo que quiere decir que solo uno de cada cuatro peruanos lo respalda. La desaprobación, entretanto, ha subido al 69%, lo que indica que casi siete de cada diez peruanos rechazan su forma de conducir el país. En esta ocasión, además, la desaprobación ha empezado a sentirse con fuerza en las zonas que solían ser bastiones de esta administración: el centro (74%) y el sur (46%) del país.

No se puede decir que la caída sorprenda, pues era evidente que lo sucedido con el fugaz y la contumacia mostrada a la hora de conformar el que preside ahora el extitular de Justicia habrían de pasarle factura al gobernante. La circunstancia de que esta situación fuera previsible, no obstante, no la hace menos grave: a menos de siete meses de haber iniciado su mandato, el presidente Castillo está tan debilitado que su estabilidad en el cargo es puesta en duda por propios y ajenos.

Las posibilidades de una renuncia, una acusación constitucional que determine su inhabilitación o una vacancia por incapacidad moral permanente –todas figuras contempladas en la Constitución– son mencionadas cotidianamente en la prensa (nacional e internacional) y en el Congreso. Y eso, lejos de inducir al Ejecutivo a enmendar la plana y a enrolar a profesionales probos y competentes para encabezar los distintos sectores bajo su responsabilidad, solo ha llevado a sus voceros a victimizarse y a clamar que hay un golpe en marcha.

La verdad, sin embargo, es que la encuesta que nos ocupa ha registrado también que esas ideas tienen un lugar importante en la mente de la población. De hecho, un 56% de los encuestados dice que el presidente debería renunciar (contra solo un 42% que dice que debería gobernar hasta el 2026). Y cuando se pregunta por la actitud que tendrían los consultados frente a una moción de vacancia promovida por el Congreso, 36% declara que estaría “definitivamente de acuerdo” y 17% que “podría estar de acuerdo”, mientras que un 15% señala que no cree que estaría de acuerdo y un 30% dice que estaría “definitivamente en desacuerdo” (un 2% no opina).

Conviene anotar, asimismo, que una mayoría de los sondeados (74%) se inclina por la opción de que se convoquen elecciones generales (esto es, presidenciales y congresales) en la eventualidad de que el profesor Castillo y la señora Dina Boluarte fuesen vacados o renunciaran, mientras que solo un 19% piensa que las elecciones a convocarse tendrían que ser solo presidenciales.

Así, lo que el sondeo de Ipsos-América TV ha hecho es ponerle cifras al creciente descontento con el Gobierno que era palpable desde hace tiempo en vastos sectores de la ciudadanía y marcar la precariedad de sus posibilidades de supervivencia. Sin querer reconocer que está cosechando lo que sembró, el mandatario y sus ministros, sin embargo, solo atinan a tratar de satanizar los mecanismos con los que la institucionalidad democrática se defiende en trances como este y a emitir el mensaje de que no piensan cambiar nada. Nunca se vio, a decir verdad, una caminata hacia el precipicio tan resuelta.

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