Personal de limpieza realiza una desinfección de la sede del Palacio Legislativo el pasado 7 de abril. (Foto: Congreso de la República)
Personal de limpieza realiza una desinfección de la sede del Palacio Legislativo el pasado 7 de abril. (Foto: Congreso de la República)
Editorial El Comercio

Desde que la Organización Mundial de la Salud confirmó que el planeta se enfrentaba a una pandemia con la rápida expansión del nuevo que produce la enfermedad conocida como COVID-19, los expertos han coincidido en la importancia de mantener el distanciamiento social como herramienta para reducir la velocidad de los contagios. Así, el Gobierno Peruano, como muchos otros en el mundo, decidió ordenar para mantener fuera de las calles a la mayor cantidad de ciudadanos posible, para procurar que el estallido epidemiológico no socave nuestro frágil sistema de salud y para evitar que se pierdan más vidas.

Por el momento, con una vacuna y con los medicamentos para contrarrestar el COVID-19 aún en evaluación, mantenernos alejados los unos de los otros es nuestra mejor arma y la mayor parte de los peruanos lo ha entendido perfectamente.

Pero lo mismo no se puede decir de nuestros congresistas. En efecto, desde que se inauguró la nueva representación parlamentaria el 16 de marzo, nuestros padres de la patria han mostrado poco rigor a la hora de cumplir con el distanciamiento social. Ello se reflejó en las muestras físicas de afecto y luego quedó demostrado en su renuencia a alterar el desarrollo común de sus actividades. Incluso, a pesar de que el 26 de marzo aprobaron las modificaciones del reglamento necesarias para trabajar virtualmente, el viernes 3 de abril tuvieron una sesión presencial para discutir, entre otras cosas, el retiro del 25% de las AFP.

Esta actitud, y el hecho de que tantos legisladores hayan continuado sus tareas con pocas restricciones y manteniéndose en contacto con personas tanto dentro como fuera del hemiciclo, ya ha traído consecuencias lamentables, aunque previsibles: cinco congresistas han sido confirmados como portadores del coronavirus (Robinson Gupioc, y de Podemos Perú, de Acción Popular y de Alianza para el Progreso).

Ante estas circunstancias, es evidente la siguiente pregunta: ¿hasta qué punto ha quedado comprometido el Parlamento nacional como consecuencia de la innecesaria exposición de sus miembros? Por la naturaleza de este virus, hay muchos que pueden estar infectados sin tener síntomas y la cantidad de personas con las que un legislador tiene contacto día a día hace temer que más casos vayan a ser detectados en este poder del Estado.

Que la enfermedad haya empezado a afectar al Poder Legislativo tiene que ser un llamado de atención para todos sus miembros. No solo su salud está en riesgo, sino la de sus familias y la del país en general. Además, en medio de una crisis como la que estamos padeciendo, el verdadero liderazgo no se ejerce con discursos desde una curul, sino con la prudencia a la hora de emitir normas relativas a la coyuntura y con el ejemplo, que solo es positivo cuando se cumple con las disposiciones sanitarias. Y este Congreso está fallando en ambas instancias.

Mientras tanto, los peruanos tenemos que aprender de los errores de nuestras autoridades. El contagio de cinco legisladores demuestra una vez más la agilidad con la que el coronavirus se puede desplazar entre nosotros y lo relevante de las medidas de aislamiento recomendadas por los expertos. Durante una emergencia no importa quiénes seamos, sino cómo actuemos.


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