Ciudadanía e institucionalidad, por Gonzalo Portocarrero
Ciudadanía e institucionalidad, por Gonzalo Portocarrero
Editorial El Comercio

Visto con una perspectiva de largo plazo, en términos económicos el Perú ha tenido sin duda en las últimas décadas su mejor momento. La reducción de la pobreza y la mejora sostenida en las condiciones de vida de buena parte de la población ayudaron a cambiar el rostro de vulnerabilidad que tenían las grandes mayorías del país.

El esfuerzo por terminar la tarea, sin embargo, ha perdido vigor, y parece constantemente trabado por una ausencia de instituciones fuertes que permitan el despegue del desarrollo económico de las familias peruanas. Uno de los aspectos en que más incide el lastre institucional que arrastra el Perú es la relación entre el desarrollo de capacidades, o formación de capital humano, y la prevalencia de la corrupción.

En un contexto donde la justicia y la cancha pareja no son moneda común, las inversiones que se resienten no son solo las financieras o de capital tradicional, sino también de capital humano. ¿De qué sirve un ecosistema de emprendedores altamente educados si no hay un sistema que proteja sus transacciones? ¿Para qué quemarse las pestañas en libros de leyes si la cultura del “hermanito” selecciona a los que serán jueces o fiscales?

La inversión en capital humano es un fin en sí mismo, pero también un camino hacia mejorar la calidad de vida de la población. Si los acuerdos institucionales, marcados por la corrupción, la falta de meritocracia y la vocación del compadrazgo, no permiten el desarrollo pleno del potencial de quienes se educan, la inversión inicial deja de rendir frutos.

A fin de cuentas, la sociedad del día a día descansa sobre un tejido tan subrepticio como firme de reglas escritas y no escritas que moldean la forma en que interactuamos entre nosotros. Estas reglas y costumbres proporcionan el marco de incentivos en que todo ciudadano se mueve, participa y toma decisiones. Cuando una persona encuentra que su inversión en educación, por este acuerdo social cacofónico en que se halla el Perú, no valió el esfuerzo, pierde no solo esa persona menos educada, sino la sociedad en su conjunto.

Ni qué decir ya de los ingresos tributarios que se generan a partir de la mayor productividad de los trabajadores, pero que el Estado engulle en ineficiencias y corrupción. El círculo virtuoso que se debería generar a partir de mayor productividad, mayor presupuesto público para invertir en educación, mejor capital humano es segado a cada vuelta.

Las recetas de libro de texto para el desarrollo económico sostenido varían mucho de región a región, de país a país. Los contextos importan. La cultura importa. Pero si hay algo en lo que la evidencia económica es abrumadora es que sin mejoras en el sistema institucional y en el control de la corrupción no puede haber ganancias duraderas y significativas en la calidad de vida de las personas.

El activo más importante que tiene un país hoy, en la economía moderna, es la capacidad de su gente. Sin embargo, las ganancias que se puedan obtener a partir de la productividad de las personas, de su inversión en educación, seguirán siendo exiguas en un contexto de informalidad, desconfianza y corrupción. ¿O, ante los escándalos de los últimos días y de siempre, qué ejemplo se llevan las generaciones jóvenes sobre la manera de triunfar en el Perú?