No polémica sino rechazo ha causado –y debe causar– la calificación otorgada a la emerretista Lori Berenson por la agencia de noticias Associated Press (AP), que varios otros medios reprodujeron. ‘Activista’ es el término que usó el periodista Frank Bajak, de AP, y que varios despistados periódicos en Estados Unidos repitieron.
La señora Berenson no fue condenada por activista. Fue condenada por colaborar con el grupo terrorista Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). El MRTA cometió asesinatos selectivos, realizó crudelísimos secuestros a empresarios y ataques a civiles con bombas y armas de fuego. Como se sabe, el MRTA capturó rehenes y amenazó con matarlos en la residencia del embajador de Japón.
Con estos delincuentes colaboró la señora Berenson. Y no lo hizo a través de su opinión o su palabra. Lo hizo con acciones plenas de intención criminal. Los emerretistas planeaban secuestrar legisladores para canjearlos por terroristas. Ella sabía de qué se trataba, simuló ser periodista e ingresó fraudulentamente al Congreso.
No sabemos si AP llamaría ‘activista’ a alguien que fuera hallado con un grupo de terroristas del Estado Islámico planeando tomar el Capitolio. Sobre todo, si se supiera, además, que esa persona se disfrazó de periodista para tener una descripción detallada de sus instalaciones.
A quien colabora, con plena conciencia, con un terrorista para ayudarlo a cometer actos de terror no se le puede llamar otra cosa que terrorista. Quizá Berenson no se haya dado cuenta, pese a sus veinte años en prisión, de la magnitud y del significado de sus actos. Cuando una persona no se da cuenta del contenido criminal de sus actos, la justicia lo devuelve a la realidad.
Se entiende que la emerretista Berenson sostenga una posición negacionista sobre la naturaleza de su participación en el terrorismo. No se entiende, en cambio, que un medio como AP se sume a una visión comprensiva de los hechos y las personas. La venganza no es justicia, pero tampoco lo es la compasión.
Berenson no fue hallada culpable de ayudar a “rebeldes de izquierda” (‘leftist rebels’), como dice la nota de Bajak. Fue culpable de colaborar con un grupo violentista que ocasionó, por lo menos, más de mil muertes. La izquierda no tiene nada que ver con los asesinatos del MRTA. No se debe identificar a grupos criminales con ninguna posición ideológica.
Asesinar, secuestrar, extorsionar e infiltrarse subrepticiamente en las instalaciones del Congreso no obedece a ninguna ideología. Obedece a la pérdida de los valores mínimos de convivencia pacífica, obedece al desprecio por el derecho de las personas y obedece al narcisismo supino del criminal mayor.
Berenson ha declarado que “hubo una realidad social que llevó a que la gente decidiera tomar ese rumbo”. Todavía cree, pues, que se trata de un “rumbo”, y no lo es. Mientras haya gente que minimice la magnitud de sus acciones, tendrá apoyo para mantenerse fuera de la realidad y de la verdad.
Pero más allá de lo que una condenada por terrorismo pueda declarar, no debe nunca dejar de llamar la atención la construcción de una narrativa en la que los grupos homicidas que asolaron el país son llamados ‘rebeldes’ –y quienes colaboran con ellos, ‘activistas’ – antes que ‘terroristas’. Si, como se ha mencionado en innumerables ocasiones, lo que vivimos no debe repetirse nunca más, haríamos bien en empezar a llamar las cosas por su nombre.