Mientras se escriben estas líneas siguen las negociaciones del oficialismo con la oposición para intentar obtener el voto de confianza que pide el gabinete de Ana Jara. Trascendió que algunas organizaciones políticas habrían pedido al nacionalismo la cabeza de varios ministros a cambio de darle el respaldo que ha solicitado. Y, entre los cargos que se dice estarían en juego se encontraría el de la ministra de Salud, Midori de Habich.
En este Diario creemos que la oposición no tiene una razón sólida para negarle la confianza a este gabinete. Es cierto que este gobierno ha cometido varios errores –y en este espacio hemos sido muy críticos al respecto–, pero no hay por qué pensar que alguno de ellos sería corregido cambiando los ministros que conforman el gabinete de Ana Jara (de hecho, con la excepción del ministro de Trabajo y de la primera ministra, es el mismo gabinete al que anteriormente el Legislativo le dio su confianza y no parecen haber motivos para cuestionar los dos nuevos nombramientos). Más aún, la oposición, si presiona por un cambio de ministros, puede entorpecer algunas reformas importantes que se encuentran hoy en el camino. Un claro ejemplo sería lo que sucedería si se cambiase a la actual ministra de Salud, quien viene impulsando iniciativas revolucionarias y novedosas en su sector, las cuales no deberían ser interrumpidas, menos aún por pura politiquería.
La señora De Habich ha iniciado un ambicioso proyecto de introducir incentivos privados en la gestión administrativa de los servicios de salud públicos. El primer paso se dio hace poco, cuando Pro Inversión otorgó la buena pro de la gestión del Hospital del Niño de San Borja a través de una asociación público-privada (APP).
Los beneficios de apostar por esta modalidad de gestión son varios. Para empezar, al pasar la responsabilidad de la administración de un hospital público a una empresa privada se crean las condiciones para que se logre una mayor eficiencia administrativa. Y es que, a diferencia de lo que sucede con la burocracia, una mala gestión de la institución privada supondrá menos utilidades, lo que generará incentivos para que las cosas funcionen como deberían.
Por otro lado, con este esquema, el Estado ya no tiene que realizar la compleja tarea de gestionar el hospital, sino que se limita a fiscalizar que el concesionario cumpla con lo pactado en su contrato. Y esto es crucial, pues la primera tarea el Estado la viene realizando con muy malos resultados, pues –según una encuesta nacional realizada por Datum del 2013– nuestros servicios públicos de salud son calificados como malos por el 80% de los peruanos.
La gestión administrativa de un hospital por parte de una institución privada, además, tiene la ventaja de reducir los costos que tiene que asumir el fisco. Como prueba, la licitación del Hospital del Niño le ha ahorrado al Estado S/.17 millones anuales, pues este estaba dispuesto a pagar hasta S/.49 millones al año por el servicio, pero el consorcio ganador, al competir por ganar la concesión, ofreció hacerlo por S/.31 millones.
La intención de la ministra es que la experiencia del Hospital del Niño sea replicada por lo menos en otros 20 hospitales, en el manejo de residuos sólidos de los hospitales de Lima, en la gestión del Banco Nacional de Sangre de Cordón Umbilical y en la atención de especialistas en las regiones. Una reforma que, de concretarse, podría ser la más importante en los últimos años en materia de salud.
Parece, sin embargo, que a un sector de la oposición le importa poco trabar estos importantes avances. Este, estaría pidiendo un cambio de la titular del Ministerio de Salud, presuntamente bajo la excusa de que no ha podido ponerle fin a la huelga médica. Pero lo cierto es que la huelga se mantiene porque un pequeño grupo de médicos sigue peleando contra las APP, la nueva escala salarial meritocrática y defendiendo el ineficiente e injusto statu quo que solo los beneficia a ellos. Por eso, en este caso, no ceder frente a los huelguistas no es un fallo sino un mérito de la ministra Midori de Habich. Y muy mal haría la oposición si, populistamente, exigiese su cambio para darle gusto a los médicos privilegiados que no quieren ver que las cosas cambien en el sector salud.