Es de lamentar que la campaña de Pedro Pablo Kuczynski (PPK) a menudo no muestre la consistencia que sí tiene su trayectoria como ministro y su pensamiento. Son ya numerosas las veces en que, sintiendo aparentemente que se queda corto en la carrera demagógica, PPK ha dado giros no muy coherentes. Por ejemplo, ha defendido salvaguardias, nuevos bancos de fomentos y Petro-Perú.
El último ejemplo acaba de producirse en el por lo visto muy tentador tema del gas.
Cuando fue consultado sobre la promesa de renegociar el contrato de exportación de gas lanzada por Alfredo Barnechea, PPK situó muy bien el tema en su contexto al mencionar el desplome que había tenido el precio del gas en nuestro mercado de exportación y, por lo tanto, la irrealidad de plantear que podría obtenerse un mayor porcentaje en regalías mediante una renegociación que respetase la voluntad de la empresa que lo vende. ¿Por qué la empresa estaría dispuesta a compartir una mayor parte de sus ingresos ahora que estos son tan significativamente menores?
De hecho, considerando que el precio ha caído a un sexto del valor que solía tener, parece también o muy desinformado o poco honesto implicar que ahí hay espacio para una gran “reconquista” aun en el caso de que el concepto de “renegociación” usado se refiera más bien a una imposición.
El valor para llamar las cosas por su nombre que PPK demostró inicialmente con este tema, sin embargo, parece haberse esfumado ahora que ha señalado que sí renegociará el contrato para que se deje de exportar el gas y se destine primordialmente al consumo interno.
Es cierto que PPK no propone como objeto de esta renegociación un incremento de las regalías del Estado. Pero su alternativa renegociadora, al menos en lo que se conoce hasta el momento, tampoco parece tener mejores bases ni perspectivas.
El “Manifiesto del Cusco” publicado por PPK dice que se promoverá la modificación del contrato “en virtud de la cláusula respectiva”; ello no obstante, no existe ninguna cláusula en el contrato que –bajo una lectura razonable– habilite a alterarlo por una reducción en el precio de exportación.
En este aspecto, Kuczynski y Barnechea se asemejan: ambos ofrecen algo que un gobierno no está en condiciones de asegurar, incurriendo en demagogia. Salvo, claro, que en realidad estén refiriéndose a una imposición, en cuyo caso sigue la demagogia pero por una nueva causa: la de hablar como si la forma en que un Estado trata a sus cocontratantes no tuviera grandes costos para los términos en los que en el futuro otros estarán dispuestos a contratar con él.
Por otro lado, en su manifiesto PPK da un paso más y, como parte de su propuesta renegociadora y masificadora del consumo de gas natural domiciliario, promete que logrará “que los hogares tengan un gas barato al costo de aproximadamente 10 soles”.
La situación en la que está PPK para garantizar esto no parece tanto más segura que la que tenía Humala cuando prometía el balón de gas a 12 soles si se tiene en cuenta que el precio del gas natural domiciliario equivalente a un balón de GLP en Lima se encuentra alrededor de los S/17 –sin contar siquiera los costos de instalación– y, adicionalmente, que dicho precio depende de la regulación tarifaria que Osinergmin realiza de manera independiente, siguiendo los lineamientos del contrato con la empresa distribuidora del gas. Por la misma razón, las probabilidades de que la promesa vuelva para complicarle la vida a PPK si este llega al gobierno, tampoco son tan diferentes a las de Humala.
Una lástima, en fin, que en este tema PPK haya vuelto a desaprovechar una oportunidad para mostrar sus sólidas credenciales técnicas y su consistencia, prefiriendo participar de una danza electoral en la que su pie izquierdo no sigue al derecho.