Editorial El Comercio

El eslogan: “Seamos realistas, demandemos lo imposible”, derivado de una frase algo distinta que el filósofo alemán Herbert Marcuse incluyó en su ensayo “El hombre unidimensional”, de 1964, es la consigna que identifica hasta hoy a la revuelta estudiantil de . De manera sintética, expresaba la necesidad de que una determinada comunidad –en este caso, la que conformaban los universitarios y jóvenes franceses en general– no renunciase a lo que había salido a exigirles a sus autoridades solo porque estas no lucían dispuestas a concederlo o no parecían dar la talla para hacerlo. La fuerza del mensaje radicaba precisamente en la paradoja que planteaba. Y hoy, 45 años más tarde y aquí en el Perú, la situación de la ciudadanía frente a la del suscita la tentación de traerlo de regreso.

Durante las últimas décadas, la dinámica política del país nos ha acostumbrado a enfrentar dilemas en los que las dos opciones son malas. La discusión se limita a establecer cuál de ellas es peor y el resultado, en consecuencia, es siempre frustrante. Algo de eso vimos ayer en el Parlamento, donde por representantes de bancadas que han participado a lo largo de estos últimos años de las mismas desidias y comportamientos reprobables compitieron por tomar las riendas del Legislativo. Inevitablemente, una de ellas debía ganar y los votos determinaron que fuese la encabezada por el representante de Alianza para el Progreso (APP), . Muchos, sin embargo, han visto lo ocurrido con escepticismo y hasta desaliento, pues, habida cuenta de que los actores son esencialmente los mismos, anticipan que las acciones también lo serán.

Aquí, no obstante, pensamos que no hay que dejarse ganar por esa resignación. Existe una agenda mínima que, por escépticos que seamos ante la posibilidad de que se materialice, corresponde exigirle a la Mesa Directiva recién elegida. No vaya a ser que después, cuando terminen una eventual gestión sin pena ni gloria, digan que nadie les avisó.

Debemos demandar, por ejemplo, que blindajes como los que han beneficiado en los últimos tiempos a y sean dejados de lado. Especialmente tomando en cuenta que la mayor cantidad de estos últimos pertenecen a la bancada de quien ahora presidirá el Congreso: APP. También que no se insista en las iniciativas para desvirtuar o en nuevos ataques a la prensa, como los que recientemente pretendieron para los mal llamados “delitos de opinión” o las que todavía buscan imponerles contenidos a las estaciones de radio o a los canales de televisión privados, so pretexto de promover distintas manifestaciones de la cultura nacional. Y algo parecido cabe decir sobre el sostenido empeño de la mayoría expresada en el respaldo al congresista Soto por tener una injerencia indebida en otros poderes del Estado.

Aparte de ello, hay tareas que el Parlamento debe acometer en el futuro inmediato, como la elección del magistrado del Tribunal Constitucional que falta o la definición de las reformas políticas que podrían afectar el próximo proceso electoral, que deben ser guiadas por esta nueva directiva. Resulta muy necesario, asimismo, que se regule de una vez por todas los viajes de los legisladores financiados por privados, una práctica cuyas estamos empezando a conocer. Puestos a enumerar lo que, a juicio de buena parte de la opinión pública, haría más apreciable a la representación nacional, sería ideal, por último, que se abandonase en el hemiciclo la vocación por presentar y aprobar , que son de nula utilidad y generan falsas expectativas en la gente: eso, de alguna manera, constituye un gasto frívolo –de tiempo y energía, en este caso– como tantos otros en los que el Congreso incurre.

Somos perfectamente conscientes de que reclamarle todo esto a una directiva compuesta por bancadas que han estado en la primera fila de la gestación de los problemas que aquí reseñamos suena a aquello de pedirle peras al olmo. Pero el argumento de Marcuse, o la adaptación que hicieron de él en Mayo del 68, nos persuade de las bondades de siquiera intentarlo.

Editorial de El Comercio