Finalmente ocurrió lo que muchos anticipaban: Nadine Heredia tuvo que admitir que las agendas que se le atribuían y que contienen anotaciones inquietantes sobre manejos financieros y judiciales relacionados con las campañas presidenciales del humalismo son suyas.
En estas mismas páginas, en un editorial titulado “La mejor defensa, los ambages”, dijimos el 27 agosto pasado que “el brusco reconocimiento de las libretas como propias –aunque robadas– podría constituir una segunda línea de defensa, en la eventualidad de que la primera –las agendas ‘no son de mi propiedad’– se demostrase falsa”. Y añadimos que, en ese caso, la nueva versión de la señora Heredia podría ser algo así como: “Ahora que he revisado bien, veo que después de todo sí me faltaban unas agendas, pero no recordaba que tenían ese aspecto”.
Pues bien, hace dos días, en un escrito dirigido a Germán Juárez Atoche, titular de la Segunda Fiscalía Supraprovincial de Lavado de Activos, a cargo de la investigación que la involucra, ella ha señalado: “Después de efectuar una detenida revisión de la copia de los documentos originales que obran en su fiscalía, y luego de realizar una exhaustiva revisión en todos los ambientes de mi domicilio, pude comprobar que aquellos documentos son de mi propiedad”.
Ayer, además, con el rostro desencajado, declaró esencialmente lo mismo ante la prensa provocando pasmo en quienes la escucharon, pues todo el país tiene fresco el recuerdo de las veces que ella, con suficiencia e irritación, negó que las agendas fuesen suyas y atribuyó su aparición a alguna maquinación política.
No está de más recordar que el 23 de julio, cuando ya los rumores sobre la existencia de esas libretas perdidas y de contenido comprometedor circulaban en el país, ante una pregunta directa de la periodista Rosa María Palacios al respecto, la señora Heredia respondió por escrito: “Tengo todas mis libretas”.
Luego, el 16 de agosto, cuando las libretas se hicieron públicas en el programa dominical “Panorama”, la esposa del presidente se refirió a ellas repetidamente como “truchas” (es decir, falsas o fraguadas) y las calificó de “burdo montaje”.
Tres semanas más tarde, el 8 de setiembre, en otra comunicación escrita con Rosa María Palacios sobre la autoría de los apuntes consignados en las agendas, apuntó: “La verdad es mi letra. Pero no puedo adelantarme pa q saque provecho Fiscalía” (sic). No contó, sin embargo, con que la periodista publicaría la revelación; y para salir del apuro urdió un fallido subterfugio semántico. “Cuando digo ‘la verdad es mi letra’ me refiero a que mi escritura, mi letra, es mi defensa y mi verdad”, argumentó a modo de explicación. Es decir, volvió a la negación.
Por último, el 22 de setiembre, tras declarar ante la Fiscalía de Lavado de Activos, sentenció: “Como en reiteradas veces he manifestado, los documentos, como agendas y libretas, y el contenido de esas agendas y libretas, no son de mi propiedad”.
En paralelo a estas negativas, como se sabe, corrieron los esfuerzos legales de Ilan Heredia de que las agendas se declarasen ‘prueba ilícita’ en la investigación fiscal por lavado de activos y el empeño por lograr que esta fuese definitivamente archivada: dos caminos que le habrían evitado a la primera dama el trance ingrato de tener que desdecirse. Pero todo ello fracasó y la puso en la situación actual.
Apremiada, entonces, por la inminencia del peritaje grafotécnico, la señora Heredia pretende ahora convencernos de que, a pesar de todo el costo político que este asunto representaba para el gobierno y para ella misma, recién se ha tomado el trabajo de revisar las copias de los documentos y los ambientes de su domicilio.
Su versión, no obstante, es tan inverosímil y previsible –como demostramos líneas arriba–, que solo consigue afectar su ya dañada credibilidad. Y no sería de extrañar que hasta en la renuncia del martes pasado del abogado Aníbal Quiroga a seguir ejerciendo su defensa haya pesado el deseo de exonerarse de la vergüenza de tener que admitir que lo tantas veces negado –acaso contra su consejo– era cierto. Y que lo único ‘trucho’ en todo este turbio asunto han sido los desmentidos de la señora.