“Día de la vergüenza”. Fue así como denominó un columnista a lo que sucedió en Venezuela el sábado pasado, cuando este país célebre por su capacidad petrolera tuvo que importar crudo liviano para diluir el petróleo extrapesado que se produce en el país. Y es que si bien la petrolera estatal, PDVSA, asegura que no hay nada de irregular en esto, son muchas las voces que lo consideran una evidencia más de que la empresa no está funcionando adecuadamente. La importación, se señala, sería necesaria porque la mala gestión de la empresa y la insuficiente inversión en el sector la habría hecho incapaz de proporcionarse a sí misma los recursos.
Lo cierto es que es innegable que la empresa estatal atraviesa una pésima situación. Prueba de lo anterior es que, según la Administración de Información de Energía de Estados Unidos, la cantidad de petróleo producido ha descendido enormemente en las últimas décadas: si en 1997 se exportaban 3,1 millones de barriles diarios de petróleo, para el año pasado la cifra era de 1,7 millones. Esto, pese a que el aumento del precio del petróleo durante esa época debería haber ayudado a la empresa a crecer y no a disminuirse.
Tampoco ayuda a la causa venezolana, por supuesto, el que PDVSA –más que una petrolera– parezca una institución de caridad. En efecto, en Venezuela el subsidio a la gasolina es tal que desde 1997 los venezolanos pagan menos de un centavo de dólar el litro de gasolina 95. Los países amigos del gobierno, por su parte, se benefician también del programa Petro Caribe, que les otorga una financiación barata para comprar crudo y que según la revista “The Economist” le costaría al Gobierno 2,3 mil millones anuales. Se calcula, además, que Venezuela pierde US$12 mil millones anuales debido a sus subsidios de petróleo.
PDVSA es un ejemplo de lo que sucede cuando las empresas responden al ineficiente manejo estatal y a decisiones populistas en vez de a incentivos empresariales. Y todo esto, por supuesto, no es más que un rasgo adicional del modelo económico chavista, caracterizado por el dirigismo estatal, las sobrerregulaciones y las nacionalizaciones. Este modelo, de hecho, más allá del mal manejo de las empresas estatales, ha logrado hacer de Venezuela un infierno para cualquiera que quiera hacer negocios en ese país.
Así, quien desee aventurarse en Venezuela tendrá que enfrentarse primero a un país que bajo el manejo de los señores Hugo Chávez y Nicolás Maduro ha conseguido la inflación más alta del mundo, que sobrepasa el 60% anual. Un país que, gracias al estricto control cambiario que existe desde el 2003, se maneja con tres cambios oficiales –que oscilan entre 6,3 y 50 bolívares por dólar– y un mercado negro donde por un dólar se consiguen unos 103 bolívares. Un país donde existe control de precios y en el cual, debido a la escasez, no se pueden encontrar más de un tercio de los bienes básicos.
Quien se adentre en esa selva tendrá, por supuesto, aun más contra lo que luchar. La sobrerregulación venezolana es la culpable de que, por solo dar unos ejemplos, quien quiera abrir un negocio en Venezuela necesite en promedio 144 días para hacerlo, quien construya requiera 380 días para obtener permisos y todo aquel que tenga que pagar impuestos utilice 792 horas anuales para hacerlo. Así ha quedado retratada la situación venezolana en el más reciente ránking del Doing Business, que mide la facilidad para hacer negocios en 189 economías y donde Venezuela terminó en el puesto 182. Para hacernos una idea, nuestro país –que tiene todavía mucho por hacer– quedó en el puesto 35, y aquí se necesitan 26 días para abrir un negocio, 174 para adquirir permisos de construcción y 293 horas para el pago de impuestos.
En fin, la desgracia económica de Venezuela se ve retratada en los titulares de esta semana de cualquier diario local: para comprar una canasta básica una familia necesita al menos seis salarios mínimos; pronostican una inflación de tres dígitos para el 2015; 490 mil empresas habrían cerrado en los últimos 14 años, entre otros.
Venezuela está arruinada. Su suerte, en medio de tanta desgracia, es que al menos está bien claro cuál es la causa de todo este mal: el chavismo, sin duda.