El último viernes, la Universidad Complutense de Madrid publicó un comunicado en el que daba cuenta de las irregularidades en la tesis de doctorado de César Acuña, al incorporar “textos sin aplicar los criterios de citación y de reconocimiento de la autoría ajena”, los cuales podrían ser “determinantes de que la tesis del Sr. Acuña careciera del requisito de originalidad exigido por la legislación universitaria”.
Se comprueba así lo que en enero de este año denunciaron en redes sociales la antropóloga Sandra Rodríguez y el periodista Luis Vélez, y lo que constató este Diario a través de un software especializado: que César Acuña había plagiado en su tesis párrafos y páginas enteras de otros documentos.
A raíz de estos hallazgos, la Comisión de Doctorado de dicha casa de estudios instó al rector a iniciar de oficio un procedimiento de revisión del título de doctor otorgado a César Acuña. Un camino que debería concluir con la pérdida de dicho grado académico, pues una persona que se apropia del trabajo intelectual de terceros para presentarlos como propios, no debería ser merecedora de otra cosa que las más severas sanciones.
La constatación de la deshonestidad intelectual del señor Acuña es especialmente preocupante, pues no se trata de un ciudadano cualquiera, sino de quien aspiró recientemente a guiar el destino de todos los peruanos, y quien ha desempeñado previamente puestos públicos del más alto nivel, como alcalde, gobernador regional y congresista de la República. Después de todo, quien no tuvo honestidad siquiera para procurar la obtención de un título académico, ¿por qué habría de tenerla en el ejercicio de su función pública?
En el caso del señor Acuña, además, estas tropelías parecen ser bastante más que aisladas ocurrencias, sino más bien un modus operandi que lo ha acompañado durante gran parte de su vida.
Así, en adición al caso de la tesis de doctorado de la Universidad Complutense, también pesan serios cuestionamientos sobre su tesis de maestría de la Universidad de Lima, en la cual la revista “Caretas” encontró cuando menos 12 fragmentos copiados a otros autores sin el debido reconocimiento. Y también está el caso de su tesis de maestría en la Universidad de Los Andes en Colombia, que según denunció el portal Altavoz, estaría compuesta por extractos sin citar ni entrecomillados de un libro escrito por el investigador colombiano Víctor Cruz Cardona.
Y no se puede obviar la escandalosa historia expuesta por este Diario sobre el libro “Política educativa”, escrito por su viejo profesor Otoniel Alvarado en 1999, del cual el dueño de la Universidad César Vallejo se apropió por completo, primero para publicar una edición en la que aparecía como coautor de la obra –sin poder sustentar hasta la fecha cuál habría sido su aporte intelectual– y luego para atribuirse la sola autoría del libro en el año 2002. Una conducta que le ha valido ya el inicio de un proceso penal en su contra.
Lejos de reconocer sus faltas y aceptar las consecuencias, el ex candidato presidencial no ha tenido empacho en dar una seguidilla de inverosímiles –cuando no bochornosas– explicaciones, como por ejemplo, calificar de meras ‘omisiones’ los plagios de párrafos y páginas completas sin señalar la verdadera autoría, o predicar que su profesor Alvarado le pidió ser coautor del libro.
Lo que toda esta acumulación de transgresiones y burdos intentos de justificación demuestra, en fin, es el desdén que siente por la educación y la labor académica quien en alguna ocasión se refirió a sí mismo como “el único peruano que tiene capacidad investigativa”.
Solo cabe esperar entonces que los destapes, juicios y futuras sanciones que recibirá el señor Acuña le sirvan de lección en una materia a la que seguramente no prestó mucha atención durante su misterioso paso por las aulas: ética.