Editorial: La dura democracia
Editorial: La dura democracia
Redacción EC

La reacción del oficialismo a la moción de censura a la ex presidenta del Consejo de Ministros ha sido de enfado, indignación y teatral denuncia. Antes de que fuese aprobada, el presidente Humala dijo que dejar al país sin premier en el contexto de los desastres naturales y problemas externos que enfrenta “genera desestabilidad política” (sic), mientras que la primera dama, desde su cuenta en el Twitter, consideró la medida “una lamentable muestra de chantaje político”.

Y tras la votación que definió la suerte del gabinete, el vocero de en el Legislativo, , habló de “complot” contra el gobierno y de “una votación infame porque no hay ninguna responsabilidad de Ana Jara”, al tiempo que la propia ex primera ministra escribía: “es una honra que este Congreso me censure”. Una curiosa expresión de desdén hacia una representación nacional entre la que repartió besos y abrazos hace menos de dos semanas, cuando acudió al hemiciclo a responder por los últimos destapes del ‘Dinigate’.

Lo que las frases de los distintos representantes del oficialismo exudan, sin embargo, es sobre todo una profunda incomprensión de la función de los instrumentos de control político que la Constitución provee para salvaguarda de la democracia. La circunstancia de que su uso disguste al poder de turno es esperable, pero no por ello reñida con el estado de Derecho.

En el caso de la censura a los ministros por el Parlamento, por ejemplo, es evidente que la necesidad de llegar a ese extremo es siempre consecuencia de que el Ejecutivo no está dispuesto a admitir que está en falta. De otro modo, el ministro cuestionado renunciaría por iniciativa propia y asunto resuelto.

Pero de sentirse contrariado por el ajuste de tuercas de una mayoría congresal a denunciar “chantajes políticos” o “votaciones infames” hay un salto considerable. La reflexión –el término quizás sea excesivo- sobre la supuesta inexistencia de responsabilidad en Jara, además, es particularmente reveladora de lo despistados que pueden estar en las filas gobiernistas acerca de lo que el instrumento del que hablamos en este caso específico supone. 

La intervención del legislador Gutiérrez, en efecto, pretende llamar la atención sobre el hecho de que, aparentemente, la ex premier ni dio la orden ni estuvo enterada de los indebidos seguimientos en los que estuvo involucrada la , y deriva de ello que no merecía la censura. Pero, para su sorpresa, no es de eso de lo que estamos hablando.

A pesar de que está adscrito al que era su portafolio, la señora Jara puede ser perfectamente inocente de los hechos que se le imputan al aparato de Inteligencia del Estado, pero al ser la jefa del gabinete era ella la persona que la Constitución identificaba para recibir la sanción política que –salvo en muy contados casos- no podía recaer sobre el presidente de la República. La presidenta del es el fusible designado, por ley, para volar y permitir superar una crisis como la que enfrenta la administración y, al mismo tiempo, graficar la gravedad de la falta que se está sancionando. Para eso está y ese es el compromiso que adquirió al aceptar el cargo.

Nadie ha dicho que la democracia es un tobogán por el que los gobiernos deben deslizarse alegres y consentidos. Es, más bien, un proceso duro, lleno de frustraciones, de áspero juego de pesos y contrapesos entre fuerzas y poderes distintos, entre minorías y mayorías cambiantes. Y su precio, como el de la libertad según la famosa frase de Thomas Jefferson, es la eterna vigilancia.

El gobierno no supo o no quiso interpretar los signos que el sistema le transmitió con ocasión de la dificultosa investidura del gabinete Jara en el Congreso (como se recordará, esta solo se logró con el voto dirimente de la presidente del Legislativo, Ana María Solórzano), ni con las primeras denuncias relativas a los ‘reglajes’ de la DINI. Y ahora los parlamentarios de siete bancadas se lo han hecho saber a un costo muy elevado.

En lugar de asimilar la lección, no obstante, el oficialismo ha reaccionado tratando de satanizar el espíritu mismo de las herramientas de control de esta dura pero preciosa democracia. Y si no cambia de actitud, corre el riesgo de volver a sentir la presión de sus tenazas pronto.