La pesca fue uno de los factores que habrían influido en la reactivación de la economía peruana. (Foto: GEC)
La pesca fue uno de los factores que habrían influido en la reactivación de la economía peruana. (Foto: GEC)
Editorial El Comercio

Para quien quiera buscar, los signos que apuntan a una eventual recesión en la economía internacional están ahí. Malos resultados en las industrias de países clave, movimientos negativos en los indicadores bursátiles globales, curvas de rendimiento invertidas, guerra comercial –y potencialmente cambiaria– entre los principales poderes del mundo, entre otros argumentos. Todo ello ha forzado la revisión a la baja general en la proyección de crecimiento global para este año. Según el FMI, el mundo crecería 3,2% durante el 2019, 0,3 puntos porcentuales menos de lo proyectado en enero.

Los vientos externos también azotan el Perú. Desde menores precios para los minerales que exportamos hasta vaivenes del tipo de cambio, el país –aun contando con una fortaleza macroeconómica envidiable– está lejos de ser inmune a las tormentas importadas.

Y, sin embargo, lo anterior no llega a justificar del todo la pobre ruta que está tomando la nacional. Según reveló esta semana el INEI, el segundo trimestre de este año fue el peor de los últimos 10 años, con una expansión de apenas 1,008%. Así, la economía cerró el período enero-junio acumulando un crecimiento de 1,7%, el semestre más débil desde el 2014.

El panorama futuro tampoco está claro. Aparte de lo que pueda suceder en el frente externo, el índice de expectativas económicas a tres meses que recoge el BCRP tocó por primera vez el tramo pesimista en más de dos años. El lamentable manejo de la presente administración con respecto al proyecto Tía María y la tensión política que se vive suman al clima de incertidumbre. En consonancia, de acuerdo a las estimaciones de la Unidad de Análisis Económico de El Comercio, las proyecciones de crecimiento del PBI para el 2019 se han reducido del vecindario del 4% a uno más cercano al 2,4%, con tendencia a la baja.

La coyuntura internacional golpea, sin duda, pero la verdad es que la mayor parte de la herida es autoinfligida. Entre las causas de corto plazo está, por ejemplo, la lentitud de la inversión pública. Hasta ayer, cumplido ya más del 60% del año en curso, el Estado en total había logrado ejecutar apenas 30,7% de su presupuesto de inversión. Entre los gobiernos regionales, la cifra no llega al 26%.

Mucho más preocupante, no obstante, es el desempeño de la inversión privada. Fuera de proyectos mineros (cuyo desarrollo se ve amenazado), su trayectoria languidece desde mediados del año pasado. Eso explica, a su vez, el poco dinamismo del mercado laboral –en los últimos 12 meses el empleo formal apenas creció 0,8%, según el INEI– y condiciona enormemente las oportunidades de millones de familias para generar ingresos y superar la pobreza. Así las cosas, el crecimiento económico podría ubicarse por debajo del 2,4% previsto.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí? En pocas palabras, porque el país ha hecho de ignorar su agenda de pendientes una práctica sistemática consolidada. Los años pasan mientras transcurre el escándalo político de turno y la situación de la infraestructura, trabajo, educación, impuestos, y un largo etcétera, se mantiene con desgaste e inercia. El parece no poder contar ya ni con el llamado piloto automático que lo empujaba.

A pesar de lo grave, dramatizar es también una receta peligrosa. Es irresponsable, como se ha escuchado desde algunos sectores, hablar de recesión. Por el momento no hay visos ni cercanos de ello. El Perú mantiene, además, una macroeconomía con suficiente arsenal para dar batalla en un contexto adverso serio. Pero ni estos puntos ni la coyuntura internacional en deterioro pueden soslayar la responsabilidad de este y anteriores gobiernos en el enfriamiento económico que hoy se vive.