A diferencia de otras presentaciones de presidentes del Consejo de Ministros (PCM) que comparecieron ante el Congreso para solicitar el voto de confianza, la de ayer, a cargo de Pedro Cateriano, arrastraba algunas particularidades que la tornaban especial.
En primer lugar, por el contexto en el que se llevaba a cabo: una crisis sanitario-económica de aúpa, cuyas repercusiones catastróficas (tanto en víctimas mortales como en personas cayendo en la pobreza) hoy solo podemos estimar. Y en segundo lugar, por los resabios de insuficiencia que quedaron tras el mensaje a la nación del presidente Martín Vizcarra precisamente en estos (y otros) aspectos. De hecho, esta última circunstancia había sido matizada en los últimos días con distintos anuncios del Gobierno anticipando que sería el discurso de Cateriano el que ahondaría o detallaría distintas partes del mensaje presidencial.
En efecto, quizá uno de los puntos fuertes de la disertación de ayer fue que puso algo de orden a una estrategia de cara al bicentenario que, tal y como había sido presentada por el mandatario, había quedado más bien como una declaración de buenas intenciones y de anuncios poco articulados. Así, por ejemplo, Cateriano afirmó que su gestión girará en torno a cinco ejes que, dada la situación del país, así como las responsabilidades naturales que conciernen a todo gabinete que clausura un gobierno, parecen bien afinados: i) la pandemia del COVID-19, ii) la reactivación económica, iii) la educación, iv) la lucha contra la corrupción y la delincuencia y v) un proceso electoral sin turbulencias en el 2021.
En los primeros dos pilares (los más acuciantes), el primer ministro trazó varios indicadores que servirán para medir su gestión. Por ejemplo, prometió que en un año las camas UCI aumentarán en un 100% (de 1.500 a 3.000) y que, en ese lapso, se inaugurarán los hospitales de Pacasmayo, Putina, Challhuahuacho y los centros de salud de Haquira y Cotabambas, así como el Centro de Salud de Machu Picchu.
Una atención aparte merece el subregistro de fallecidos por COVID-19. Según Cateriano, “con la experiencia acumulada, con mayores insumos y con mejores conocimientos de las características clínicas del virus, mejoraremos nuestros mecanismos de análisis y registro de casos positivos y fallecimientos”. Aunque, es necesario apostillar, pareció no preocuparle mucho el alarmante incremento de casos diarios reportados en los últimos días y, cuando abordó el asunto de soslayo, solo apeló a “la responsabilidad de todos los ciudadanos”.
En economía, prometió una inyección de recursos a través de programas sociales para aliviar a grupos vulnerables (infancia, huérfanos, adultos mayores y población rural). Destacó la necesidad de “incentivos para crear y sostener más y mejores empleos formales” y anunció que se impulsará la “inversión minera, la inversión en infraestructura y la inversión diversificada tanto a nivel de gran empresa como pequeña empresa”, gracias a, entre otras acciones, facilidades tributarias.
En educación, sostuvo que a fines del 2020 “se tendrán más de 2.000 nuevas aulas modulares instaladas” y que se acondicionará con “redes sanitarias y servicios higiénicos a 762 locales educativos” en el país para “el primer trimestre del 2021”.
Finalmente, casi al cierre de su alocución, Cateriano proclamó con solemnidad: “Diremos la verdad permanentemente. Cueste lo que cueste”. Para, segundos después, ofrecer “honestidad en todas y cada una de las decisiones”.
Tratándose de una administración a la que no se puede calificar como transparente, que ha comenzado a mostrar hendiduras en la forma de presuntos actos ilícitos en el círculo cercano al presidente Vizcarra, y que en más de una ocasión operó de manera subrepticia (por ejemplo, al concertar con las autoridades arequipeñas una manera de anular la licencia de construcción de Tía María), las promesas de Cateriano entrañan un riesgo colosal; pueden terminar poniéndolo en aprietos en algún momento de estos largos doce meses que quedan por delante.
Después de todo, un político de su trayectoria debería saber que las palabras sí pesan.