Editorial El Comercio

Las vidas de y mantienen más de una afinidad. Ambas tuvieron una cercanía especial con el cabecilla de Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, y su cúpula –de la que Huatay formaba parte–. Estuvieron entre las mujeres más reconocidas de la organización terrorista. Ambas, también, pasaron un cuarto de siglo en prisión por crímenes vinculados con la actividad senderista.

Recientemente, se ha agregado un vínculo adicional en las trayectorias de las dos. Huatay y Garrido Lecca decidieron dejar el Perú para instalarse en Argentina casi al mismo tiempo. Huatay viajó en junio del año pasado mientras se desarrollaba el proceso judicial en su contra por su participación en el atentado en la calle Tarata, Miraflores, de 1992. Según la hipótesis fiscal, Huatay recibió la orden del comité central de Sendero Luminoso para ejecutar el atentado. Por su parte, Garrido Lecca, quien alojaba a Guzmán en una supuesta academia de baile al momento de su captura, salió en libertad en el 2017 y partió al mismo país apenas un mes después de Huatay, pese a que mantiene una deuda con el Estado Peruano de S/40 mil.

Si bien Garrido Lecca no tenía ya mayores restricciones de viaje luego de haber cumplido su condena, el caso de Huatay –conocida como ‘Rosa’– es diferente. La semana pasada, la audiencia por su participación en el atentado de Tarata, que dejó 25 fallecidos y más de 150 heridos, se frustró debido a que se desconocía su paradero. La Segunda Fiscalía Penal Supraprovincial Especializada en Derechos Humanos, Interculturalidad y Delitos de Terrorismo contra la cabecilla terrorista. En la acusación de fondo, se pide cadena perpetua.

No deja de ser lamentable que uno de los casos más emblemáticos de la época del terrorismo se procese casi tres décadas después de sucedido y que, aun a pesar de la enorme demora, quien fuera sindicada como una de las principales responsables tenga la posibilidad de escapar de la justicia. Las alocuciones del Gobierno respecto a la firmeza en el combate contra los remanentes de Sendero Luminoso –hoy aliados con el narcotráfico– pierden fuerza cuando se permite la fuga de los cabecillas de antaño.

Por lo demás, la coincidencia en el país de destino de ambas no ha escapado a los ojos de las autoridades. De acuerdo con el jefe de la Dirección contra el Terrorismo (Dircote), el general PNP José Zavala, Argentina “podría ser un lugar en el cual [Huatay y Garrido Lecca] cuenten con apoyo, porque es de conocimiento público que hay un grupo activo de Sendero Luminoso que trabaja allá”. De parte de la PNP, es obvio que los indicios a la fecha son por lo menos suficientes para requerir la colaboración de sus pares argentinos en una investigación seria al respecto. De parte de la cancillería, un tema potencialmente tan grueso no puede pasar debajo del radar. Estas no son tareas que se deban aplazar.

Huatay y Garrido Lecca fueron piezas importantes en el movimiento terrorista más sanguinario que ha conocido Latinoamérica, y así deberán quedar para la historia, estén en el país que estén. Pero para que el senderismo termine de responder al Estado de derecho y a la memoria de los peruanos no bastará con que se capture a los narcoterroristas del Vraem. El círculo estará completo cuando se impida cualquier germen de movimiento subversivo y todos quienes causaron tanto sufrimiento al país respondan a la justicia nacional. Pero para eso primero deben estar aquí.

Editorial de El Comercio