(Foto: El Comercio)
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Editorial El Comercio

Un elemento que ha caracterizado la agitada relación entre el Ejecutivo y el Congreso controlado por la mayoría absoluta de Fuerza Popular (FP) ha sido la facilidad con la que las esporádicas treguas han cedido paso a las confrontaciones políticas subidas de tono, al punto que estas últimas se convertían en la regla.

Pasó así luego de la censura al entonces ministro de Educación Jaime Saavedra, después del primer cónclave entre el presidente Kuczynski y Keiko Fujimori en casa del cardenal Cipriani, en el momento en que los embates de El Niño costero golpeaban a gran parte del país, y con posterioridad a la segunda reunión entre los líderes del oficialismo y la oposición en Palacio de Gobierno en el mes de julio.

Al poco tiempo de transcurridos los episodios de calma, sin embargo, volvían las pullas, las ofensas y la desestabilización disfrazada de control político.

No han sido pocas las veces en que los legisladores utilizaron las sesiones del Congreso –tanto en las distintas comisiones como en el pleno– para vapulear al Gobierno y a sus representantes en un ejercicio más de prepotencia que de fiscalización legítima. Para muestra, vale recordar el título de “amante de la apología al terrorismo” que le endilgó el legislador fujimorista Bienvenido Ramírez al ministro del Interior, Carlos Basombrío, o los oprobios que el entonces vocero de FP, Luis Galarreta, regaló al entonces primer ministro, Fernando Zavala, llamándolo “una especie de ‘Montesinito’, porque paga gente, con plata de los peruanos, para mover las redes”, y a Jaime Saavedra “el ministro de la billetera que reparte como cancha”.

Pero los ataques no solo provinieron de las filas de FP. Destemplados calificativos fueron utilizados también en otras bancadas, como los pronunciados por el acciopopulista Víctor Andrés García Belaunde (quien acusó, en una ocasión, al vicepresidente Martín Vizcarra de “vendepatria” y al Gabinete Ministerial de estar integrado por ‘pulpines’).

Con estos antecedentes, ni siquiera el buen clima que antecede a la visita que la nueva presidenta del Consejo de Ministros, Mercedes Aráoz, realizará al Congreso para solicitar el voto de investidura, podría ser garantía de un prolongado período de paz política. Ello no obstante, recientes declaraciones del ahora presidente del Legislativo, Luis Galarreta, en un tono autocrítico y responsable, podrían tomarse como el inicio de una relación más llevadera y fructífera.

“Todos los partidos tenemos que hacer una autocrítica”, reflexionó Galarreta en el último domingo. Y agregó un pedido: “Que nuestra gente, cuando haga el control político, tenga el discurso al nivel del Parlamento. Porque en algunos casos el discurso parlamentario no ha estado al nivel […] me refiero a las formas y al estilo”.

Sobre el mismo punto también se ha pronunciado el vicepresidente Martín Vizcarra. Con un tono medido, el flamante embajador en Canadá aseguró en una reciente entrevista publicada en el diario “Correo” que no había visto en la mayoría parlamentaria una “política obstruccionista” sino “algunas acciones individuales que generan obstrucción”.

Las buenas actitudes y mesura que han mostrado estos altos representantes de la oposición y el oficialismo son saludables. Y no porque vaticinen una milagrosa luna de miel entre ambos poderes del Estado, ni porque el diagnóstico haya sido completo (la actitud de la oposición parlamentaria ha sido dura e irresponsable no solo en aspectos estilísticos, y la del Ejecutivo torpe en su manejo en dicho contexto), sino porque incluso en una relación permanentemente tensa como suele darse en las arenas políticas, habría que esperar un mínimo de respeto y cordialidad. Las palabras del congresista Galarreta han ido en ese sentido. Y lo cierto es que por algo se tiene que empezar.