La reciente oficialización de la plancha presidencial de Fuerza Popular en un acto público con atmósfera de festejo pareció querer transmitir la idea de que en ese partido el suelo está parejo. Si se ve, sin embargo, ese evento en perspectiva con los acontecimientos inmediatamente anteriores que afectaron a esa organización política, resulta evidente que tal idea no se condice con la realidad.
Como se sabe, la semana pasada, el ex presidente Fujimori hizo pública una carta en su cuenta de Facebook en la que exhortaba a su hija y actual presidenta de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, a que “junto a las nuevas figuras incorporadas al fujimorismo se cuente con las candidaturas de congresistas de larga e impecable trayectoria como Martha Chávez, Luisa María Cuculiza, Luz Salgado y Alejandro Aguinaga”. En el texto, el ex mandatario afirmaba que el liderazgo de Keiko dentro de la agrupación es “indiscutible”, pero la verdad es que lo que su misiva ha hecho es precisamente ponerlo en cuestión.
La posibilidad de que esos cuatro parlamentarios sean dejados de lado en la lista que presentará el conglomerado naranja para las elecciones de abril no ha sido nunca un secreto. Su identificación con el fujimorismo de los noventa los hacía y los hace difíciles de acomodar dentro de la imagen renovada que, aparentemente, la presidenta del partido quiere ofrecer en esta campaña, y en esa medida, existía el rumor de que podían ser desembarcados.
A ello apuntaban, por un lado, la constante referencia que Keiko Fujimori hacía a una supuesta ‘evaluación’ de todos los aspirantes a una curul congresal por su partido; y, por otro, las poco sutiles cavilaciones de su hermano Kenji para sugerir que se oponía a ese proceso.
Era bastante claro, no obstante, que la lideresa fujimorista no tenía una resolución al respecto. La propia plancha presidencial presentada el fin de semana –pero diseñada probablemente algún tiempo atrás– es una expresión de esa circunstancia, pues en ella están simultáneamente presentes el guiño renovador (la inclusión de Vladimiro Huaroc) y el vínculo con el pasado (la incorporación de José Chlimper, ministro del efímero Gabinete que el ex presidente nombró tras la re-reelección). Y es que hay un grado de ruptura con la historia del fujimorismo que la candidata no quiere o no puede asumir.
Renegar del golpe del 5 de abril de 1992, por ejemplo, se le hace a ella tan difícil como a Verónika Mendoza decir que en Venezuela hay –aun después de la derrota electoral de Maduro– una dictadura. Y dentro de esa lógica, era presumible que dejaría correr los días hasta que el calendario electoral la forzara a tomar una determinación sobre los mencionados congresistas.
La carta de su padre, empero, ha liquidado esa posibilidad y la ha puesto ante la necesidad de decidirse ya en un sentido o el otro, pues lo que está en juego ahora es mucho más que el destino político de Chávez, Cuculiza, Salgado y Aguinaga. Como decíamos al principio, lo que está sobre el tapete es, más bien, su liderazgo frente al conglomerado naranja. Porque, con prescindencia de lo que efectivamente piense, si opta por acoger la demanda paterna, la impresión que se llevará el electorado es la de que el partido es gobernado por el ingeniero Fujimori y no por ella: exactamente la imagen que sus adversarios políticos han tratado de fijar en la mente de los votantes desde el principio.
Por otro lado, prolongar la indefinición –sobre todo una vez que hayan pasado las fiestas de fin de año y la campaña vuelva a coger ‘momentum’– la mostraría como indecisa: un cargo que puede pesar tanto en el juicio ciudadano como el de ‘sometida’.
De más está anotar, por último, que la opción de sacar de la carrera finalmente a los cuatro representantes de la guardia vieja tampoco está exenta de riesgos, pues podría suponer la pérdida de una porción muy activa de sus partidarios o el trance de lucir como una lideresa injusta con su entorno más leal.
Un dilema, en suma, complejo y con costos por donde se lo mire. Pero insoslayable, porque de decisiones difíciles está empedrado el camino de quien quiera presentarse ante los peruanos como capaz de asumir las riendas del país. Y lo peor que podría hacer la señora Fujimori es correrle al reto, ahora que la que está en evaluación es en realidad ella.