Editorial El Comercio

Hace ya tiempo que los debates previos a las elecciones de todo tipo dejaron de ser en nuestro país determinantes en el ánimo de los votantes. Contribuye a ello, por un lado, la frecuente abundancia de postulantes (que hace difícil el contraste directo entre aquellos que mayor respaldo tienen según las encuestas) y, por el otro, el tiempo que muchos de ellos deben destinar a levantar o tratar de levantar los turbios asuntos de su historia política o personal que la prensa pueda haber destapado durante las campañas.

Esto ha sido cierto en más de uno de los debates presidenciales de las últimas décadas y desde luego también en los municipales. Pero el de los aspirantes a la que todos pudimos a través de la televisión ha marcado quizás un nuevo hito en el empobrecimiento de este tipo de eventos. Es verdad que la estructura –alambicada y protocolar– no ayudó mucho a generar el interés de los espectadores, pero fue sobre todo la performance de los candidatos lo que hizo de la ocasión un fiasco. Las promesas sin sustento, las evasivas frente a preguntas muy directas y las victimizaciones fueron el ingrediente más persistente de una noche sin mayores luces.

En lo que concierne a lo primero, parte del problema deriva de la deliberada confusión de las atribuciones del municipio metropolitano que varios postulantes hicieron en sus presentaciones (acaso un eco de su frustrado afán por llegar a la presidencia de la República el año pasado). Esto fue particularmente notorio en los ofrecimientos relacionados . Esto es, con la detención de los delincuentes y su posterior sanción: una tarea en la que, aparte de coordinar con el Ministerio del Interior o con la fiscalía y el Poder Judicial, poco es lo que puede hacer la comuna. En esa misma categoría se ubicaron las ofertas relacionadas con obras de saneamiento y programas de alimentación, que menudearon a lo largo del debate municipal a pesar de que se colaban en áreas que corresponden al Ejecutivo.

Las evasivas, por otra parte, fueron formas de sortear las respuestas sobre temas específicos que los candidatos no parecían dominar o las explicaciones que se les demandaban sobre materias incómodas para ellos por razones legales o morales. El aspirante por Podemos Perú, , dio claros ejemplos de ambas cosas. Primero, cuando toreó la pregunta de un ciudadano sobre cómo haría para convertir la capital en una ciudad ecosostenible diciendo que el asunto estaba desarrollado en su programa de gobierno; y a renglón seguido, cuando ignoró el cuestionamiento que le hizo uno de los moderadores sobre lo que ocurriría con la alcaldía si, tras un eventual triunfo suyo, tanto él como su compañero de fórmula para teniente alcalde, José Luna Morales, fuesen condenados por los juicios que se les sigue.

Ante la reiteración de la interrogante acerca de las posibles consecuencias de la acusación por asesinato que pesa sobre él por el llamado Caso Bustíos, Urresti procedió además a victimizarse, alegando que aquello había sido “una emboscada” y anunciando de parte de los organizadores del debate un próximo ‘disclaimer’ que a la larga no fue tal.

No fue él, por cierto, el único en utilizar buena parte de su tiempo en victimizarse y hablar de materias que no atañen al terreno edilicio. La carta de Juntos por el Perú, , insistió en negar una denuncia de su hijo sobre agresiones de distinta naturaleza y trató de responsabilizar también a la prensa de la delicada situación por la que atraviesa.

De los otros postulantes, por último, no se puede decir que fueran esencialmente mejores. De una u otra manera, contribuyeron todos ellos a la feria de ofertas imposibles de materializar desde la municipalidad metropolitana o al escamoteo de las respuestas que la ciudadanía requería para decidir el sentido de su voto. Caminamos, pues, a ciegas hacia los comicios de este domingo y tanto los organizadores como los participantes del debate de dos noches atrás son responsables de ello.

Editorial de El Comercio

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