El lunes, al borde de la medianoche, el presidente del Consejo de Ministros, Pedro Cateriano, obtuvo el voto de investidura del Congreso: 73 legisladores votaron a favor, 39 se abstuvieron y solo 10 lo hicieron en contra. Un resultado holgado, sobre todo si lo comparamos con el que obtuvieron los dos anteriores jefes del Gabinete en similar trance. René Cornejo: 66 a favor, 52 en contra y 9 abstenciones; y Ana Jara, 55 a favor (con voto dirimente de la presidenta del Congreso), 54 en contra y 0 abstenciones. Ambos, además, al tercer intento.
La cómoda mayoría conseguida por Cateriano ha sido, por un lado, consecuencia del apaciguamiento que naturalmente se produce tras una aguda exacerbación del sistema político (como la que supuso la censura a su antecesora); y, por otro, del laborioso ejercicio de buenas maneras democráticas y cortejo que, a poco de haber jurado el cargo, él emprendió frente a los diversos sectores ajenos al gobierno. Llama por eso poderosamente la atención que tan encomiable esfuerzo fuera socavado en esa misma sesión del pleno por actitudes del oficialismo que buscaban exaltar nuevamente los ánimos de la oposición.
Nos referimos, por supuesto, al anuncio del primer ministro de que pediría facultades para legislar en materia económica, de políticas sociales y lucha contra la corrupción, que de pronto se intentó presentar como un hecho ya cumplido y cuya aprobación se buscó atar al voto de investidura mismo.
La sola idea de solicitar las facultades ya entrañaba problemas, pues un gobierno que está en el tramo final de su mandato no está en el mejor momento para operar reformas de tan amplio espectro sin el concurso de las otras fuerzas políticas. Máxime cuando alguna de las materias a ser abordadas –la política social– ofrece márgenes para una utilización electorera. A solo un año de los próximos comicios presidenciales, semejante circunstancia se presta evidentemente a suspicacias de parte de quienes aspiran a competir en ellos y de la ciudadanía en general.
Más grave que eso, no obstante, fue la pretensión de asociar la concesión de esas facultades a la suerte de la votación para la que se había dado expresamente cita la representación nacional el lunes, pues ello no solo hacía más difícil la consecución del objetivo original, sino que además era completamente ilegal, como quedó claro una vez que se leyó la normativa que rige ese tipo de procedimientos.
Por si eso fuera poco, la distinción entre las dos demandas del gobierno había quedado inequívocamente establecida en el discurso del propio Cateriano. El jefe del Gabinete, en efecto, utilizó el futuro (“solicitaremos” o “el Poder Ejecutivo solicitará” fueron las fórmulas que usó) cada vez que aludió al pedido de facultades y no había manera de postular que ese futuro ya había llegado. Y sin embargo esa fue exactamente la interpretación que quisieron forzar varios legisladores de Gana Perú, con Santiago Gastañadui a la cabeza.
Felizmente, el primer ministro, haciendo gala de respeto a la institucionalidad, zanjó la discusión al intervenir una vez más y aclarar que las facultades las pediría en una ocasión todavía por venir. Pero queda la inquietud respecto de qué pretendía un sector del oficialismo con la confusión. ¿Acaso poner al Congreso al filo de su disolución si una mayoría de sus integrantes caía en la trampa y, por negar las facultades, terminaba negando también la investidura al nuevo jefe del Gabinete?
La amenaza ha sido esta vez conjurada, pero el gobierno debe saber que las únicas facultades que realmente necesita en estos últimos 14 meses de administración del poder son la fiabilidad y la transparencia. Fiabilidad en sus actos para que el país tenga la seguridad de que todos ellos están encaminados a la preservación de la democracia y sus instituciones, en lugar de a la obtención de alguna granjería política o electoral. Y transparencia –es decir, un debate abierto como el que solo se da en el Legislativo– en la formulación de las reformas que todavía quiera llevar adelante, hasta entregar la posta a quien resulte triunfador en el 2016. Si Cateriano consigue eso en el tiempo que ocupe la presidencia del Consejo de Ministros, habrá hecho bastante.