La semana pasada, Gana Perú presentó un proyecto de ley para prohibir la reelección inmediata de los congresistas. De antemano, podríamos decir que se trata de un proyecto que promete tener respaldo popular: según un reciente sondeo de Pulso Perú, el 79% de los peruanos estarían de acuerdo con imponer una medida en este sentido.
Para entender el apoyo a la no reelección no es necesario ir muy lejos. Los personajes cantinflescos como los ‘comepollos’, ‘robacables’ y las acusaciones de lobbies y posibles nexos con el crimen organizado explican en gran medida ese contundente rechazo. Además, la deficiente performance de los congresistas para promover leyes que fortalezcan la institucionalidad y el Estado de derecho es cada vez más evidente. Por otro lado, los ciudadanos nos indignamos cuando vemos imágenes de sesiones parlamentarias prácticamente vacías o de congresistas más interesados en ‘wasapear’ que en prestar atención al debate. Con un Congreso que solo es aprobado por el 12% de los peruanos, no es sorpresa que se busque prohibir reelegir a sus representantes.
Los defensores de la no reelección argumentan que esta medida ayudará a renovar cuadros, tener nuevas ideas, romper con la mamadera del Estado y tener mejores propuestas de ley. Sin embargo, la verdad es que, pese a toda la indignación que pueda causarnos el desempeño de algunos congresistas, prohibir su reelección no solucionará los problemas de poca eficiencia y paupérrima gestión. En efecto, basta ver cómo tanto experimentados como nuevos congresistas son víctimas de estos males para darnos cuenta de que los problemas no dependen de la cantidad de años en el cargo.
Mejorar la calidad del Congreso no pasa por limitar el mandato de los parlamentarios, sino por generar mecanismos para promover una mejor gestión. En ese sentido, la reelección sí tiene beneficios. Para comenzar, la posibilidad de volver a ser elegido puede ser un gran incentivo para que los legisladores hagan un buen trabajo. Es más probable que se esfuercen por presentar buenos proyectos que sean implementados y dar una buena imagen si saben que así pueden ganar votantes para una segunda elección.
Por otro lado, un congresista con más experiencia tiene mayores probabilidades de conocer los “tejes y manejes” del engorroso proceso legislativo como, por ejemplo, qué se necesita para presentar un proyecto de ley, cuál es el proceso de creación de normas complejas (como la Ley de Presupuesto) o qué leyes han sido propuestas antes. Además, permitir que un congresista sea reelecto es admitir la posibilidad de que forje y mantenga alianzas sólidas con otros legisladores –alianzas que suelen ser claves para empujar proyectos de ley–. Esto se traduce en funcionarios que se manejan mejor en el Congreso y que son más eficientes en su cargo.
Es cierto que, llegado este punto, alguien podría decirnos que bajo los mismos argumentos se debería permitir la reelección presidencial inmediata. Sin embargo, son dos escenarios distintos. La reelección presidencial, sobre todo en un sistema presidencialista como el peruano, se prohíbe para evitar que un individuo pueda perpetuarse en su cargo y, en el camino, acumular demasiado poder y secuestrar las instituciones –basta pronunciar el nombre de Alberto Fujimori–. No es el caso, no obstante, de los congresistas, quienes tienen un cargo con mucho menos poder, y quienes no tienen cómo tomar de rehén a las instituciones. Habría que agregar también que en el caso de los parlamentarios tampoco existe el peligro –que sí existe con los presidentes– de que recurran a las arcas del Estado para financiar campañas reeleccionistas.
Nadie puede negar que es difícil ver las ventajas de la reelección inmediata en un país en el que los congresistas que son elegidos adolecen de enormes problemas. Pero la solución no pasa por prohibir la reelección, sino por hacer reformas estructurales al sistema electoral para que los que lleguen a sus cargos sean mejores desde el principio. Y, también, para aquellos finalmente elegidos sean fiscalizados, permitiendo que los votantes tomen decisiones informadas. Esto se lograría, por ejemplo, poniendo a disposición de los ciudadanos el récord de asistencia al Parlamento de un congresista, su participación en comisiones y los proyectos de ley que ha propuesto y apoyado.
Al buscar establecer reformas de fondo en un tema tan complejo como el funcionamiento del Congreso, en fin, debemos tener cuidado de jalar el hilo correcto. No vaya a ser que, por una mala decisión, vayamos a descoser un manto ya bastante destejido.