Editorial: No hay medallas milagrosas
Editorial: No hay medallas milagrosas

En un acto privado celebrado en Palacio de Gobierno, el presidente Humala condecoró esta semana a todos sus ministros. Al premier Pedro Cateriano, con la Orden El Sol y al resto de integrantes del Gabinete, con la orden al mérito por servicios distinguidos. Y, por toda información, se dijo desde Palacio que era eso mismo lo que se estaba premiando.

La noticia levantó de inmediato voces críticas desde el Congreso y diversos sectores de la opinión pública. El gesto, en efecto, fue catalogado de frívolo e injustificado, al tiempo que se llamaba la atención sobre el hecho de que la ceremonia hubiese tenido lugar a puerta cerrada y sin presencia de la prensa, cuando supuestamente una medalla de este tipo constituye precisamente un reconocimiento público a algún merecimiento excepcional. Hubo quien observó incluso que la resolución respectiva no se hubiese publicado en “El Peruano”.

La respuesta del presidente del Consejo de Ministros, por cierto, no se hizo esperar. En su cuenta de Twitter, Cateriano notificó a los que llamó “abogados desinformados” que las resoluciones supremas sobre esta clase de condecoraciones no se publican en el diario oficial y apuntó también que estas “son un reconocimiento republicano” y que “los presidentes reconocen los servicios de primeros ministros, salvo cuando [estos] han salido en medio de un escándalo”.

Pero mientras su primer retruque fue atinado, sus siguientes consideraciones no lo fueron, pues parecieron estar destinadas a justificar el derecho que tienen los mandatarios a otorgar las señaladas distinciones, cuando lo que se discutía no era eso, sino la pertinencia del gesto.

Entre las objeciones a lo anotado por él está, en efecto, el detalle de que cuando se distingue a todo un gabinete, en realidad no se está distinguiendo –es decir, haciendo una mención especial– a nadie. Y también la naturaleza falaz del argumento ensayado por él en el sentido de que se condecora a todos los primeros ministros que no terminan sus funciones envueltos en algún cuestionamiento a su gestión. ¿Se condecoró acaso a Salomón Lerner Ghitis o a Óscar Valdés cuando dejaron el cargo?

El reparo principal, no obstante, tiene que ver con la desconexión de la realidad que entraña la actitud de un gobierno que se condecora prácticamente a sí mismo en medio de una clamorosa desaprobación ciudadana. ¿Puede alguien en realidad sostener con alguna convicción que gestiones como las que se llevan a cabo en Interior o Justicia son merecedoras de homenaje alguno? ¿Sectores como Salud o Agricultura, por mencionar solo algunos, han tenido desempeños como para que se los coloque en un podio?

La encuesta nacional de Ipsos del 15 de mayo de este año (la más reciente de las que abordan la materia que nos concierne) registró, por ejemplo, un 74% de desaprobación para el Gobierno en su conjunto. Y para el primer ministro en particular, un 55%.

Mención aparte, por supuesto, merece el dispensador de los honores: es decir, el propio presidente de la República, quien recogió en ese mismo sondeo una desaprobación del 76%.

El descalabro de este gobierno se ha hecho particularmente evidente, además, en la circunstancia de que el partido oficialista no pudo ni siquiera competir con una lista parlamentaria en los comicios que se acaban de celebrar por el aparente temor de perder su inscripción si, como las encuestas de intención de voto sugerían, no conseguía pasar la valla electoral.

En un acto de absoluto solipsismo, sin embargo, la administración humalista ha resuelto congratularse a sí misma y casi furtivamente. Como si de esa manera pudiera conjurar el agobio de investigaciones, promesas incumplidas y demandas insatisfechas que lo cerca. Como si prodigiosamente los destellos de esas condecoraciones pudiesen mejorar, en la hora nona, el balance que corresponde a su gestión. Como si la historia no nos hubiese enseñado ya hasta el cansancio que, salvo en las hagiografías, las medallas milagrosas no existen.