El ministro de Salud Hernán Condori es interpelado en el pleno del Congreso el pasado 16 de marzo. (Foto: Minsa).
El ministro de Salud Hernán Condori es interpelado en el pleno del Congreso el pasado 16 de marzo. (Foto: Minsa).
Editorial El Comercio

La situación del señor en la cartera de Salud es, literalmente, insostenible. A los inquietantes asuntos relacionados con y con sobre su paso anterior por la administración pública, han venido a sumarse ahora gruesos problemas vinculados al avance de la vacunación contra el COVID-19. Bajo su administración, en efecto, el proceso y existe un vasto lote de vacunas cuya vigencia está a punto de expirar precisamente por esa demora.

Como en tantos otros casos, sin embargo, el Gobierno ha querido llevar esta crisis a límites de exasperación. El presidente simplemente no ha estado dispuesto a prescindir de tan prescindible funcionario con el pretexto de que se trata de un médico venido y solo ha atinado a envolverse en fórmulas de victimización igualmente deleznables.

Lo increíble, no obstante, es que una porción muy importante de la oposición en el Congreso lo ha acompañado en el esfuerzo.

La semana pasada, culminada la interpelación al titular de Salud, parecía que cumplir con su censura sería solo una cuestión de trámite. Pero, repentinamente, quienes hasta ese momento se habían mostrado como sus más severos fiscalizadores empezaron a mostrar síntomas de duda y retroceso. El congresista –vocero de la bancada de Renovación Popular y promotor principal de una moción de vacancia presidencial que incluye entre sus motivos la persistente designación de ministros inadecuados como Condori– anunció que concederían “un mes de plazo para verificar las acciones del ministro” y el grupo parlamentario de Fuerza Popular –que originalmente había declarado su intención de censurar a Condori sin tomarse el trabajo de interpelarlo previamente– se enredó que, en última instancia, determinaron que no firmase la moción de censura que, en buena hora, comenzó a correr el legislador Diego Bazán, de Avanza País.

Treinta y tres firmas era todo lo que se necesitaba para presentar la moción y, sin embargo, Bazán sufrió para conseguirlas. Al parecer, solo el escarnio público que la contradicción les estaba ganando hizo que ciertos congresistas recuperasen sus ínfulas de opositores. Como si la marea de pronto hubiera cambiado, efectivamente, el almirante Montoya de pronto quiso firmar la moción. Y Fuerza Popular, avasallada por la fuerza de los hechos, proclamó que apoyaría la censura.

“Lo que importan más que las firmas (sic)”, ha sentenciado el vocero de la bancada fujimorista, Hernando Guerra García. Pero se equivoca. Con lo importantes que serán los votos cuando la moción de censura sea vista por el pleno, lo cierto es que, si faltaban las firmas para presentar la iniciativa, nunca se habría llegado al voto… Y ellos precisamente retacearon esas firmas.

En una firma, además, está el sello de identidad de cada parlamentario y de cada organización política presente en el hemiciclo. Firmar es, por definición, el acto de compromiso que, ante las circunstancias más apremiantes, se espera de quienes han pedido el voto de los ciudadanos para representarlos en el Congreso.

Si las bancadas aludidas hubiesen tenido algún argumento para sostener al señor Condori en la cartera de Salud, deberían haberlo enunciado en voz alta. Pero, como se sabe, no fue eso lo que sucedió. Lo que hicieron fue murmurar frases ambiguas para darle largonas al asunto. Como si el comportamiento de esa especie de oposición ‘placebo’ que con frecuencia ejerce buena parte de los legisladores de Acción Popular, Somos Perú, Alianza para el Progreso o Podemos Perú no fuese suficientemente pernicioso para la democracia, ahora descubrimos que también en Renovación Popular y el fujimorismo se cocinan indulgencias que buscan prolongarles la vida a los aspectos más nocivos de la administración encabezada por el presidente Castillo.

Que no vengan luego a presentarse como unos cruzados de la causa del buen gobierno.