Editorial: El invitado de horror
Editorial: El invitado de horror

El 27 de octubre pasado se desarrolló en la sala Raúl Porras Barrenechea del Legislativo una ceremonia de homenaje al ex senador Carlos Malpica (1929-1993), que habría cumplido 86 años por esas fechas. Se conmemoraba, asimismo, el decimoséptimo aniversario de la fundación del ‘comité’ que lleva su nombre, el mismo que se autodefine como una “organización política que lucha por la transformación revolucionaria de la sociedad”. De hecho, fue ese comité el que promovió la referida celebración, en coordinación con la oficina del congresista oficialista .

Ocurrió, sin embargo, que entre los ‘invitados especiales’ –esa fue la expresión que utilizó el Comité Malpica en el aviso de convocatoria– estaba el Frente de Unidad y Defensa del Pueblo Peruano (Fudepp), conocido organismo de fachada del , vinculado a su vez a . No es de sorprender, en consecuencia, que asistiese e hiciera uso de la palabra durante el acto ni más ni menos que Manuel Fajardo, dirigente de ese movimiento y abogado del cabecilla terrorista Abimael Guzmán.

Su intervención, como cabía esperar, fue una pieza de propaganda en la que buscó colocar al Movadef como víctima de una represión antidemocrática. “Nosotros somos el ejemplo mismo de que se sigue persiguiendo en el Perú por las ideas. Eso que le pasó a Malpica también lo vivimos nosotros”, afirmó sin sonrojarse. Pero en ese momento nadie en la mesa pareció encontrar su discurso ofensivo. Al contrario: lo aplaudieron sonoramente.

El problema vino después, cuando los medios divulgaron lo ocurrido y se levantó una protesta generalizada en la opinión pública por haber permitido que la voz de quienes nunca creyeron en la democracia y, más bien, trataron de liquidarla esparciendo muerte y destrucción, fuera acogida en el recinto que mejor debería representarla. Una evidente afrenta a los que perdieron la vida por su lealtad hacia ese sistema –las autoridades y dirigentes políticos que lucharon contra Sendero– y hacia el orden institucional y la convivencia pacífica que la sociedad peruana conquistó con tanto sacrificio en las últimas décadas.

La afrenta, por cierto, alcanzó también al propio Malpica, quien militó en el Partido Unificado Mariateguista (PUM) y en Izquierda Unida, y no en una gavilla violentista como la que encabezó Abimael Guzmán; y cuya memoria ha sido utilizada para colar en el Parlamento algo que él no representaba. En ese mismo sentido, la pretensión de que la democracia, al defenderse legítimamente de quienes la quisieron socavar, propicia una suerte de ‘persecución política’ constituye un timo que invierte el verdadero orden de las cosas y que no se puede dejar de denunciar.

En relación con la responsabilidad de lo ocurrido, por otra parte, se ha producido un peloteo vergonzoso que buscaba hacer pagar los platos rotos hasta al personal que vigila la entrada al Parlamento. Lo cierto, no obstante, es que, en la medida en que Fajardo no es un requisitoriado, no podía ser impedido de entrar al Legislativo si había sido invitado. Y, en esa medida, los que tienen que responder por su presencia allí son quienes le cursaron la invitación.

Esto es, por un lado, el congresista Abugattás, que no tuvo el cuidado de verificar qué tipo de ceremonia era la que estaba ‘coordinando’ su oficina. Y, por otro, el Comité Malpica, que eligió confundirse con quienes reivindican el sangriento ‘pensamiento Gonzalo’, arruinando una distinción que la izquierda que pretende participar formalmente del sistema político trata de formular convincentemente hace tiempo.

¿Merecen ellos una sanción por haber permitido que esta especie de ‘invitado de horror’ aproveche la tribuna de la democracia para promover su vieja conspiración contra ella? Es evidente que sí. Quizá no necesariamente de parte de una comisión del Congreso (como se ha venido reclamando estos días, por lo menos en lo que al legislador Abugattás concierne), pero sí de parte de la ciudadanía. Y no habrá mejor oportunidad para ello que las elecciones del próximo 10 de abril.