Editorial: Jugando para las tribunas
Editorial: Jugando para las tribunas

E l jueves pasado, persuadido quizá de que la selección peruana obtendría un triunfo en el partido contra Venezuela que se disputaría esa noche, el presidente Humala prestó a la prensa declaraciones salpicadas de metáforas futbolísticas.

Sobre el futuro político que le espera cuando deje el poder, el 28 de julio próximo, señaló por ejemplo: “No voy a colgar los chimpunes”. Y sobre los eventuales méritos de su paso por el gobierno, apuntó: “Es difícil hacer un balance en pleno partido de fútbol. Déjenme terminar el partido”.

Lo más sugestivo de todo, sin embargo, fue lo que añadió como remate. “Hasta el último minuto puedo hacer un gol”, dijo. Y desató algunas especulaciones acerca de aquello a lo que podría estarse refiriendo.

Como se sabe, el resultado del partido de esa noche fue completamente desalentador para las aspiraciones de nuestra selección de clasificar al Mundial Rusia 2018; y el gol marcado por Raúl Ruidíaz en los descuentos no cambia esa circunstancia.

El paralelo futbolístico, no obstante, sigue siendo eficaz para describir la situación presente del gobierno y el partido oficialista, por lo que nos tomamos la libertad de usar esos mismos recursos retóricos para describirla.

En primer lugar, si bien el mandatario tiene todo el derecho de quedarse con los chimpunes puestos después del 28 de julio y de –tal como ha anunciado– tratar de refundar el Partido Nacionalista, es evidente que tal esfuerzo solo se hace necesario por los puntapiés que, con esos mismos chimpunes y desde Palacio, se le han propinado a la institucionalidad de la organización política oficialista y a quienes trataron de dar la cara por ella en estas elecciones.

En segundo término, no es cierto que haga falta llegar al final del partido para ensayar un balance del mismo. Particularmente, cuando el marcador en contra es abultado –como sugieren en este caso los indicadores económicos y la creciente desaprobación del jefe de Estado y la primera dama en las encuestas– y es materialmente imposible que esa situación sea revertida por presuntos goles en los instantes previos al pitazo final. Lo que nos lleva al último punto de la alegoría futbolera del presidente.

Es inevitable, en ese sentido, asociar la promesa de un posible ‘gol’ postrero con su reciente anuncio de que el Ejecutivo está evaluando un aumento de la remuneración mínima vital (RMV), más conocida como el sueldo mínimo.

Semejante medida, como hemos explicado más de una vez en estas páginas, beneficia –por arbitrio de algún iluminado de la ingeniería social– a aquellos que, dentro del reducido grupo de trabajadores que ya tiene un puesto en el sector formal (28%), ganan un sueldo mínimo. Es decir, a un grupo minúsculo. Esto, mientras al mismo tiempo complica para la enorme mayoría de desempleados y trabajadores informales la posibilidad de cambiar su situación. Un típico caso del fenómeno conocido como ‘costo difundido, beneficio concentrado’. 

Quien concede desde el poder esta granjería, no obstante, obtiene un momentáneo beneplácito de los sectores beneficiados que, en esencia, no es muy distinto al que capitalizan los candidatos que otorgan las dádivas que hoy se encuentran en el centro del debate político.

Para continuar con la figura propuesta por el presidente, sería un peligroso juego para las tribunas al borde de la culminación de un partido que se está perdiendo largamente. Con el agravante de que el costo en lo que se refiere a disminución en el empleo formal y el impacto que aquello tendría en una economía ya golpeada en su ritmo de crecimiento sería asumido por el próximo gobierno. Es decir, la irresponsabilidad perfecta.

Alguien tendría que hacerle notar al jefe de Estado que, como ocurrió en el partido con Venezuela, no toda pretendida anotación lograda en los últimos minutos es providencial. Máxime cuando, como en este caso, supone en buena cuenta introducir la pelota en el propio arco.