El “oleaje anómalo” causado el sábado pasado por la erupción de un volcán submarino en Oceanía acarreó diversas consecuencias negativas en nuestra costa. Entre ellas, la de afectar el proceso de descarga de petróleo del buque Mare Doricum y causar un derrame de crudo en el terminal multiboyas N° 2 de la refinería La Pampilla S.A.A, de la multinacional Repsol YPF S.A., en Ventanilla.
Como se sabe, este tipo de accidentes produce una contaminación que daña severamente playas y especies marinas a lo largo de una extensión difícil de establecer al principio, por lo que requiere ser contenido y remediado sin demora. No es eso, sin embargo, lo que ha ocurrido en este caso y todo indica que la responsabilidad de esa ausencia de reacción adecuada, así como el derrame mismo recaen sobre la ya mencionada empresa.
Esta última, en efecto, informó inicialmente que el derrame había sido equivalente a 0,16 barriles de petróleo y que el área afectada era de solo dos metros y medio cuadrados (esto es, como la extensión del jardín de una casa). El martes, sin embargo, tras haberse reunido con representantes de la firma, el ministro del Ambiente, Rubén Ramírez, dio a conocer que en realidad se calcula que la cantidad de crudo vertido en el mar equivale, más bien, a 6.000 barriles: algo así como el contenido de un millón de botellas de gaseosa de un litro, y que el área afectada asciende, según OEFA, a 1′739.000 metros cuadrados; esto es, 243 veces la cancha del Estadio Nacional de Lima. El daño ocasionado por el petróleo afecta, según el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp), a la fauna que existe en la Reserva Nacional Sistema de Islas, Islotes y Puntas Guaneras, Islotes de Pescadores y en la Zona Reservada de Ancón. Se han reportado ya aves guaneras muertas y otras especies contaminadas. En suma, estamos ante un desastre ecológico.
La responsabilidad de la empresa, no obstante, no se agota en el intento de minimizar la dimensión del problema: se verifica también, como señalábamos antes, en lo tardío y limitado de su reacción. De acuerdo con el titular del Ambiente, recién el lunes La Pampilla puso en acción los equipos encargados. El alcalde de Ventanilla, Pedro Spadaro, ha afirmado, por otra parte, que a pesar del anuncio de que estaba realizando labores de remediación y limpieza en mar y tierra con 250 personas, la empresa solo había enviado a 15 trabajadores con palas y recogedores a acometer la tarea en cuestión. Como resulta obvio, hablamos de un contingente de personas absolutamente insuficiente para encargarse de la limpieza en las playas Cavero, Bahía Blanca y Santa Rosa, para no mencionar todas las playas de Ancón a las que el crudo ya ha llegado y cuya limpieza no tardará menos de tres semanas.
Entretanto, ayer la gerenta de Comunicación y Relaciones Institucionales de Repsol Perú, Tine van den Wall Bake, afirmó que ellos no se consideran responsables del desastre ecológico ocurrido y que fueron víctimas de la mala información que dio la Marina tras la erupción del volcán en Tonga al manifestar que no habría tsunami. Un grueso intento de soplar la pluma hacia otro lado que difícilmente libre a esa firma de enfrentar una multa que podría ascender hasta las 30 mil UIT (S/138 millones), si no cumple con la obligación de identificar en dos días las zonas afectadas por el desplazamiento de la mancha de petróleo y limpiar el suelo en diez días. El plazo para contener y recuperar el crudo que flota en el mar, de otro lado, era de cinco días… que ya transcurrieron.
Sin perjuicio de que, como hemos reclamado desde esta página, la Marina revise sus protocolos ante circunstancias como las que vivimos el fin de semana, es claro que la larga estela de este derrame tiene un responsable principal que no puede desentenderse de los deberes que en este trance le tocan. Y si intentase hacerlo, ahí tendrá que estar el Estado para impedírselo.
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