"La vocación por dejar a la ciudadanía sumida en el desconcierto, además, no es un fenómeno que se presente solo ahora". (Foto: GEC)
"La vocación por dejar a la ciudadanía sumida en el desconcierto, además, no es un fenómeno que se presente solo ahora". (Foto: GEC)
Editorial El Comercio

Este domingo 24 se cumple el plazo por el que, dos semanas atrás, se extendió la cuarentena decretada por el Gobierno para contener los efectos de la pandemia del . En muchas ciudades del país, la gente se prepara, material y mentalmente, para reanudar parte de la vida que dejó en suspenso el 16 de marzo pasado. Sabe que algunas restricciones continuarán, pero no exactamente cuáles. Las que tienen que ver con guardar la distancia indispensable del prójimo, con usar mascarillas, y con practicar una higiene rigurosa y reiterada se dan por descontadas. Y la imposibilidad de asistir a lugares en los que, por más distancia que se procure conservar frente al resto, la aglomeración resultaría inevitable (como, por ejemplo, en las clases presenciales en colegios y universidades), probablemente también.

Aparte de eso, sin embargo, todo es un gran territorio de incertidumbre que se contempla, no obstante, con esperanza. El problema es que, por línea de carrera en lo que al comportamiento del Gobierno se refiere y por el tenor de lo que las cifras de contagios sugieren, una nueva extensión –y sin variación– de las limitaciones que tenemos todavía vigentes no resulta inverosímil. El Ejecutivo ha esperado ya otras veces hasta el último momento para comunicar su decisión de alargar la cuarentena. Y sus marchas y contramarchas acerca de asuntos como los relacionados con el uso de guantes en determinadas circunstancias o la autorización absoluta de sacar a los niños a un breve paseo al aire libre hacen temer que eso mismo esté por ocurrir una vez más. Un temor que la intermitencia en las comparecencias presidenciales ante la prensa y la opinión pública, y la discutible veracidad de la declaración sobre el arribo a la meseta de las infecciones solo contribuyen a alimentar.

A esto hay que agregarle los problemas derivados de la mala comunicación, ya no por indecisión de la autoridad, sino por sencilla omisión o desidia. ¿Cuáles son las medidas que, en el caso de que se levante la cuarentena, los privados deberemos tomar antes de poner un pie en la calle? ¿Dónde acabará la responsabilidad del Estado y dónde empezará la nuestra? ¿Cuáles son las conclusiones a propósito de la situación de los mercados tras tanta “inspección” y “supervisión”? ¿No deberían estar divulgándose ya cuáles son, por citar un caso, los cuidados extremos que se deberá adoptar con los adultos mayores si la cuarentena en su versión más radical es levantada?

Una información precisa acerca de cuántas son las camas UCI disponibles (si todavía las hay) y de dónde se encuentran también sería de mucha utilidad para que, en el hipotético escenario que mencionamos, cada quien calcule su riesgo.

La necesidad de abordar todas estas materias es, en realidad, tan relevante como evidente. Y sin embargo, hasta ahora no es atendida.

No es posible que todo lo que tengamos a estas alturas sea al ministro de Defensa, Walter Matos, declarando que “probablemente habrá una cuarentena focalizada”.

La vocación por dejar a la ciudadanía sumida en el desconcierto, además, no es un fenómeno que se presente solo ahora. En esta misma sección, hemos llamado ya la atención del Gobierno sobre esa desconexión con la gente en anteriores oportunidades en las que el plazo de la cuarentena estaba igualmente por vencerse. Pero el fenómeno, como vemos, se repite.

¿Qué está esperando la administración que conduce el presidente Vizcarra para ponernos al tanto de todo esto? ¿No existe en ella conciencia de que dejar a la gente ilusionarse con una vuelta parcial a la normalidad para luego, a poco de llegar a esa ansiada meta, decirle que todo continuará igual produce frustración y desconsuelo?

Como ya hemos aseverado aquí en otras ocasiones, es preferible la conciencia de una realidad dura que la permanente incertidumbre.

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