El golpe de Estado de Pedro Castillo el 7 de diciembre del 2022 colocó al país en una espiral de violencia e incertidumbre de la que todavía no sale. De hecho, ya se cuentan más de 50 muertos en el territorio nacional: el corolario de semanas de atentados contra activos estratégicos (como aeropuertos, carreteras, comisarías y otras dependencias estatales), de ataques contra las fuerzas del orden y de una respuesta policial claramente deficiente, además de una falta de Inteligencia para identificar y procesar a los vándalos que, al amparo de la protesta, han cometido actos que merecen ser sancionados.
Lo principal, no obstante, es que el Perú pasa por un momento complicado en el que se esperaría que los políticos actúen con una dosis mínima de responsabilidad para evitar que la situación continúe tensa. Pero está claro que eso es mucho pedir.
En estos días, más de uno ha buscado llevar agua para su molino político o pescar a río revuelto. En muchos casos con mentiras y, en todos, con insultos obscenos a la memoria e inteligencia de los peruanos.
La defensa del expresidente Pedro Castillo, por ejemplo, que cumple prisión preventiva mientras se lo procesa por el delito de rebelión, envió una carta al alto comisionado para los derechos humanos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) a propósito de su visita al país. En esta, el abogado del inquilino del penal Barbadillo y principal azuzador de la violencia del último mes, se refiere a las víctimas mortales y señala al gobierno de Dina Boluarte como “usurpador” y a su patrocinado como la víctima de un sistema amañado para perjudicarlo. Una versión ridícula si se considera que el crimen que se le imputa a Castillo fue transmitido por televisión.
De manera similar se expresó el ex jefe del Estado Alejandro Toledo, que aguarda ser extraditado desde Estados Unidos para enfrentar cargos de corrupción por el Caso Lava Jato. En una publicación en su cuenta de Facebook, el exmandatario se refiere a la crisis actual y aprovecha para acusar una “persecución política” en su contra “por lo que hicimos [él y su esposa] […] a través de la marcha de los cuatro suyos”. Una manera peculiar de referirse a los US$35 millones en coimas que se le acusa de haber recibido de parte de Odebrecht durante su gestión para favorecer a la constructora en la licitación de la Interoceánica Sur.
Sin embargo, la cara más descarada del aprovechamiento político de la crisis la han mostrado los que, en gran medida, son corresponsables de haberla generado por su apoyo enceguecido y sin cuestionamientos al extinto régimen castillista. Esta actitud se materializa en un pedido concreto: la asamblea constituyente. La izquierda nacional no ha dejado de insistir en esto y, en el Congreso, la siguen planteando como condición ‘sine qua non’ tanto para emprender algunas reformas fundamentales –acusan al Parlamento al que pertenecen de no tener legitimidad para emprenderlas, pero sí una constituyente– y hasta para la convocatoria de elecciones adelantadas.
Los rostros visibles son personas como el líder de Perú Libre, Vladimir Cerrón, y la dos veces candidata presidencial Verónika Mendoza. Esta última, además, una cómplice del golpista, a cuyo régimen no fue capaz de condenar ni siquiera cuando los indicios de corrupción y sus reflejos autoritarios saltaban a la vista de quien quisiera verlos.
Desde la otra orilla, por otro lado, no podían faltar los desatinados y desmemoriados. Esta semana, los parlamentarios fujimoristas Rosangella Barbarán y Nano Guerra han aprovechado la situación para expresar en sus redes: “Se te extraña, Chino”. Esto, en alusión a Alberto Fujimori, quien estrenó el 5 de abril de 1992 el discurso golpista que Castillo copió en diciembre pasado. Que quienes hayan sido legatarios o cómplices de regímenes salpicados por la corrupción y liderados por dos golpistas que hoy comparten el mismo destino aprovechen esta coyuntura para impulsar sus narrativas o agendas es de una desfachatez desconcertante.
Nada nuevo, es cierto, pues se trata de los oportunistas de siempre, pero ello no hace que su accionar sea menos reprochable.