Que alguien quiere mellar la gestión del ministro Jorge Nieto al frente de la cartera de Defensa parece, cada vez más, evidente.
No solo lo sugiere la filmación de la que fue objeto la secretaria general de su despacho, María Ferruzo Vallejos, sino también las insinuaciones sobre la protección que él estaría desplegando alrededor de ella por el uso que hizo de un vehículo del Mindef para ir a la peluquería (según muestra la referida filmación) y el ruido levantado en torno al parentesco –probable y en todo caso lejano– del marido de esta con el viceministro de Políticas para la Defensa, Fernando Ordóñez Velásquez. Y en ese sentido apuntan asimismo los rumores sobre los motivos no declarados de la renuncia de la viceministra de Recursos para la Defensa, Patricia Figueroa, y las versiones que se pueden recoger en los corrillos políticos sobre un hipotético apetito del propio Nieto por desplazar a Fernando Zavala en la Presidencia del Consejo de Ministros.
Ante semejante escalada, de motivaciones que hasta ahora permanecen en la bruma, es lógico que el ministro le haga honor al nombre del sector que tiene bajo su responsabilidad y se defienda. El problema, no obstante, es que quizás no lo esté haciendo del modo más adecuado.
Ya sea por la demora en dar respuesta a algunos cuestionamientos o por su anuncio de que no va a abordar públicamente otros, está dejando espacio para que germine la suspicacia, lo que juega en su contra. Su reacción frente a las denuncias sobre el uso del vehículo del Mindef para fines privados por parte de la señora Ferruzo, por ejemplo, está tomando demasiado tiempo. La investigación que anunció al respecto tendría que haber sido sumaria y el resultado, ya de dominio público.
Con respecto a la presunta relación de parentesco político entre esta y el viceministro Ordóñez Velásquez, por otra parte, no tendría que haber incurrido en una negación así de tajante. Si el vínculo, como parece, es de tercer grado, la debilidad de la imputación por algún tipo de favorecimiento nepotista habría caído por su propio peso.
También resulta inconveniente la respuesta que ha dado a propósito de la renuncia de la viceministra Figueroa, que ha tratado de ser vinculada con la alegada protección que estaría dándole a la señora Ferruzo. “No voy a hablar porque hay un acuerdo implícito con la viceministra; pero ella sabe y yo sé por qué renunció. Si ella quiere hablar de eso que hable”, afirmó el domingo el ministro Nieto. Pero la verdad es que la ex funcionaria en cuestión ocupaba un cargo público y, salvo que los motivos de su alejamiento sean auténticamente ‘personales’ (esta palabra se suele usar eufemísticamente en las renuncias para evitar mencionar las razones políticas que podrían haber determinado el cese de las funciones de una importante figura dentro de la estructura del Estado), la ciudadanía también quiere saber qué provocó la salida.
Contra las versiones sobre un supuesto afán suyo por heredar pronto el puesto de Zavala, de otro lado, no hay mucho que pueda hacer. Pero de seguro aseverar alegremente que “hay remanentes del pasado en todos los ministerios del Perú y restos de estas mafias siguen actuando y medrando el presupuesto nacional” no contribuye a despejarlas.
Si tiene pruebas de una acusación tan seria debería proceder a presentarlas; de lo contrario, solo está provocando resquemor en otros sectores, como sugiere la reacción que tuvo el ministro del Interior, Carlos Basombrío, el lunes a través de las redes.
En suma, la mejor defensa que podría ensayar en este trance el ministro Nieto no es precisamente el ataque o la reserva, sino la transparencia. Ninguna de las imputaciones que se le hacen a él o a su entorno dan la impresión de ser en realidad lo suficientemente serias como para obligarlo a dejar el gabinete. Y en esa medida la información que lo demostrase dejaría sin oxígeno a los eventuales conspiradores.