Este jueves 9 la Comisión de Economía del Congreso tendría planeado debatir el nuevo paquete de medidas reactivadoras presentado por el Ejecutivo. Ojalá y así sea, pues si bien este último proceso electoral distrajo la atención pública del problema de la desaceleración económica, este no es un tema menor que debiera ser desplazado de la agenda del Estado.
Ahora, lo cierto es que este paquete, si bien propone algunas medidas interesantes (como ciertos cambios en la regulación tributaria o la ampliación del mecanismo de obras por impuestos), no trae consigo ninguna iniciativa de cambios profundos que permita dar un fuerte impulso a nuestra desacelerada economía. Y el Ministerio de Economía y Finanzas parece ser consciente de esto, pues ya ha anunciado que enviará al Congreso más propuestas para reactivar los mercados.
Por ello, en este Diario nos queremos tomar la libertad de insistir en dos reformas que creemos fundamentales y que el gobierno haría bien en impulsar en los próximos paquetes normativos que presente al Parlamento.
La primera es la reducción de los impuestos. En los últimos diez años, la recaudación tributaria se ha más que triplicado, pero el Estado no ha mejorado sus servicios (si no los ha empeorado) y todos los años muestra una incapacidad de gasto tremenda (en el 2013, por ejemplo, alrededor de 30% del presupuesto para la adquisición de bienes de capital no fue ejecutado). ¿No es ya de por sí una buena razón para bajar los tributos que el Estado actualmente nos prive a los ciudadanos de nuestros ingresos para no gastarlos o para gastarlos mal?
Más aun, una reducción de impuestos aminoraría los costos de hacer negocios y ayudaría así a reactivar la inversión privada, a la vez que dejaría más dinero en las manos de los ciudadanos para aumentar su consumo y fomentar la demanda.
No es, por lo demás, que no existan ideas de por dónde cortar tributos. Hugo Santa María, socio de Apoyo Consultoría, señaló ayer en un artículo del diario “Gestión” que reducir en un punto el Impuesto General a las Ventas (IGV) incrementaría los recursos del sector privado en S/.2.800 millones anuales. Y, pese a que no hay garantía de que lleguen en su totalidad al circuito económico, el movimiento de estos recursos tendría mayor impacto que el efecto de la inversión pública no ejecutada, sin generar al Estado problemas fiscales. ¿Por qué no apostar por una medida de este tipo?
Incluso, se podría tratar de aumentar la agresividad de la reducción de impuestos y mirar hacia un horizonte más ambicioso. Especialmente, porque nuestro punto de comparación deberían ser las economías asiáticas que lideran el crecimiento mundial, de cuyos bajos niveles impositivos estamos muy lejos: en el Perú el Impuesto a la Renta corporativo es de 30% y el IGV es de 18%, mientras que en Singapur estas tasas son de 17% y 7%, en Hong Kong de 16,5% y 0% y en Taiwán de 17% y 5%.
La segunda reforma que consideramos fundamental es la reducción de la rigidez de los contratos laborales y de sus sobrecostos. Con siete de cada diez peruanos trabajando en la informalidad, queda claro que la actual regulación está pensada para favorecer solo a una minoría privilegiada a costa de la exclusión de la mayoría de trabajadores que se ven forzados a laborar sin ningún tipo de protección legal.
La rigidez laboral, además, según el reciente Reporte Global de Competitividad, es uno de los tres principales factores más problemáticos para los negocios y nuestro país se ubica en el puesto 130 de 144 naciones en la categoría de “facilidad para la contratación y el despido”. Como si eso fuese poco, los costos no salariales del trabajo que impone nuestra legislación superan el 60% del costo laboral total. Basta mirar estos datos con algo de sensatez para darse cuenta de que este es uno de los principales frenos a nuestro desarrollo.
El gobierno del señor Ollanta Humala aún tiene tiempo para hacer reformas importantes. Atacar los problemas de los costos laborales y tributarios podría hacer una diferencia enorme en la vida de muchos peruanos y permitiría a este gobierno, que hasta el momento no ha destacado positivamente en materia económica, dejar un legado importante.