Hace algunos días, una encuesta de CNN confirmó que el multimillonario Donald Trump es actualmente el favorito para ganar la nominación como candidato presidencial del Partido Republicano en Estados Unidos. Las polémicas declaraciones del empresario han servido de catalizador para despertar a uno de los sectores más conservadores de ese país, y al mismo tiempo, han encendido las alarmas con respecto a un sentimiento de racismo y xenofobia aún presente en la sociedad norteamericana.
En el lanzamiento de su candidatura desde la emblemática torre que lleva su nombre, Trump se despachó con unas penosas declaraciones sobre los inmigrantes mexicanos. “Cuando México manda a su gente, no manda lo mejor. Envía gente con un montón de problemas y nos traen esos problemas: traen drogas, traen crimen, son violadores”, dijo. Y sus palabras, como era de esperarse, despertaron la indignación de la comunidad latina. En respuesta, una empresa tan importante como Macy’s decidió dejar de lado sus negocios con el magnate, Univisión (cadena televisiva con audiencia predominantemente latina) lo excluyó de la organización del certamen Miss Universo y Carlos Slim –el hombre más rico del mundo, de origen mexicano– rompió también varios negocios con él. Y esos son solo algunos ejemplos de las onerosas muestras de rechazo que ha recibido.
Y es que este tipo de prejuicios, además de ser absurdos, le acarrean a quien los profesa un enorme costo económico. Como advirtió el fallecido premio Nobel de Economía en 1992, Gary Becker, el racismo o la xenofobia terminan asignando valor a características que no tienen que ver con las capacidades productivas de los individuos contra los que se ejercen, y por tanto, imponen al prejuicioso el costo de cargar con ello.
Pero en este caso, claro, estamos hablando sobre todo de costos electorales, que también existen: Trump no puede ignorar que su xenofobia le hará perder no solo el importante voto latino en Estados Unidos, sino también el de todos aquellos que consideran su actitud ultramontana y repudiable. Pero por el momento, lo que parece importarle es que, en un mundo donde existen todavía muchas personas prejuiciosas, su arrebato puede reportarle un beneficio político inmediato, como muestran las encuestas que mencionábamos al principio.
¿Puede, sin embargo, sostenerse eso en el tiempo? Lo más probable es que no. Aunque el empresario pueda cosechar votos en las primarias republicanas de esa manera, lo cierto es que la sociedad norteamericana está mayoritariamente compuesta por sectores civilizados y modernos, y las posibilidades reales de que gane la nominación de su partido y, peor aun, la presidencia de su país son prácticamente inexistentes. De hecho, varios de los más importantes líderes republicanos le han expresado ya su rechazo, incluyendo al ex candidato presidencial John McCain, cuya dimensión de ‘héroe de guerra’ Trump se animó recientemente a poner en cuestión.
Lo verosímil, en consecuencia, es que más temprano que tarde, la candidatura del empresario quede empantanada, interceptada por los filtros de su propio partido, interesado finalmente en ganar las elecciones y no en complacer a un grupo de votantes enfervorizados con ideas contrarias al espíritu de su Constitución y su democracia, por numeroso que sea.
Los prejuicios pueden servir para hacer mediática una campaña y ganar algún respaldo inicial, pero en un país con instituciones democráticas y partidos políticos sólidos semejante campaña tiene las piernas cortas. Es decir, está condenada a no llegar muy lejos.
La pregunta, no obstante, es si todo esto debería decirnos algo a los peruanos que, elección tras elección, asistimos a campañas en las que los sentimientos ‘anti’ predominan sobre las propuestas, o incluso las sustituyen por completo. Pensemos nada más en el escenario actual, donde ya algunos ‘precandidatos’ buscan notoriedad sobre la base de lanzar frases descalificadoras, en vivo o por las redes sociales, contra algunos de sus potenciales competidores y sus simpatizantes, y poco o nada nos anuncian sobre lo que quisieran hacer en caso de llegar al poder.
¿Servirá lo que ocurra con Trump como una parábola que ilustre sobre la conveniencia de activar también aquí los filtros que impidan expresiones políticas tan desafortunadas? Los partidos que acogen a esos postulantes tienen la palabra.