Editorial: Paracas, profanada
Editorial: Paracas, profanada
Redacción EC

La está a punto de sufrir el embate de un grupo de desarrolladores inescrupulosos que, habiendo obtenido el permiso de la municipalidad local para hacerlo, se prepara para construir diversos proyectos inmobiliarios en el frente de mar del área protegida. Naturalmente, si el atentado se consuma, marcará con las huellas de una garra la que acaso sea la cara principal de uno de los paisajes más mágicos del país. Y ocasionará también un daño irreparable al rico ecosistema de la RNP: la franja costera donde estos atilas de la naturaleza y del patrimonio nacional quieren hacer sus zanjas, meter sus camiones, tirar sus desmontes y elevar sus construcciones es la misma donde habitan los flamencos y donde está la comida de buena parte de las múltiples especies de aves en riesgo que encuentran anualmente cobijo en Paracas.

¿Cómo es posible que algo así ocurra en un área que tiene la condición legal de “reserva nacional” desde 1975 y que, de hecho, es una de las reservas naturales más famosas del país? ¿Cómo ha sido posible que el alcalde distrital de Paracas, , haya podido emitir las correspondientes licencias de construcción “dentro del marco jurídico”, según su propia declaración? La respuesta viene del zafarrancho, para decirlo en peruano, que es este “marco jurídico”. En otras palabras, de la multiplicidad de entidades que tienen jurisdicción sobre el tema, así como de la infinidad de normas aplicables. De esta manera, más que “dentro del marco jurídico”, el alcalde distrital ha dado sus licencias “dentro” del desconcierto que este marco provoca.

Dicho de otra forma, Paracas está a punto de ser una víctima más del desastre regulatorio general que constantemente amplía nuestra burocracia y que, como bien lo dijo hace un tiempo uno de nuestros columnistas, tendría que ser parte ya de nuestra “marca país”. Un desastre en el que proliferan las regulaciones superpuestas y las entidades competentes y en donde lo único que escasea es la claridad –saber quién puede qué y bajo qué condiciones–, con la consiguiente y continua oportunidad de oro para la corrupción y los abusos.

Basta ver las declaraciones de algunas de las autoridades involucradas en este tema para ilustrar con toda nitidez lo que decimos. “Ante la diversidad de leyes que argumenta el municipio distrital, así como el , la , la Dirección General de Capitanía y Puertos (Dicapi) y los derechos legítimos de sus propietarios, esta fiscalía evalúa toda la normatividad para poder pronunciarse”, ha dicho, por ejemplo, el representante del Ministerio Público, dejando en el aire la incógnita sobre cuántas vidas serán suficientes para encontrar –antes de poder “evaluar”– “toda la normatividad” pertinente.

Mientras tanto, naturalmente, varias de las entidades involucradas aprovechan de la confusión general para jugar al Gran Bonetón. El Sernanp, por ejemplo, culpa a la Sunarp, porque cuando se creó la RNP en 1975 no inscribió en las partidas donde figura la propiedad de los lotes privados que se encuentran dentro de ella las limitaciones que esta declaración supondría (aunque más sentido habría tenido una expropiación debidamente indemnizada, pues estas “limitaciones” sobre los derechos de los propietarios, si se va a respetar la reserva, han de ser bastante absolutas). Sea como fuere, el Colegio de Biólogos más bien pone la atención sobre el mencionado Sernanp, al que exige una acción más activa, al tiempo que solicita que también intervenga el (pues habría una importante zona arqueológica en el lugar).

Paracas, pues, tendría que volverse un símbolo (aún) viviente del nivel de destructividad que tiene para el Perú eso que los organismos internacionales llaman “el peso” de nuestras “cargas burocráticas”. Ese “peso” –o zafarrancho– está a punto de posibilitar la destrucción de parte de la RNP de la misma forma como todos los días destruye formalidad, posibilidades de crear riqueza y sentido de justicia –ayudando a que los “vivos” sean los que puedan salirse con la suya– en el país. La única diferencia es que, en Paracas, está llevando su capacidad destructiva a otro nivel. No es en vano, después de todo, que Paracas ha sido tantas veces llamada un “santuario”: un lugar sagrado, esto es, donde el hombre se encuentra con la naturaleza. Y ya se sabe que a los santuarios, cuando se les ataca, no se les “destruye” simplemente. Se les profana.