(Foto: Archivo El Comercio)
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Editorial El Comercio

No es inusual escuchar a congresistas de toda procedencia argumentar sobre la necesidad de que exista un permanente diálogo entre los representantes de las distintas bancadas recordando el nombre de la institución a la que pertenecen. “Si estamos en el Parlamento es precisamente para ‘parlar’ entre nosotros”, es más o menos lo que dicen, asumiendo que el verbo en cuestión es un sinónimo sofisticado de ‘hablar’ y, por extensión, de ‘conversar’.

El castellano, sin embargo, es una lengua rica en matices que no conviene subestimar. Parlar es, en efecto, hablar, pero no de cualquier forma. Según el diccionario de la Real Academia, es hacerlo “con desembarazo” o “mucho y sin sustancia”. Para designar la actividad que legisladores como los antes aludidos parecen tener en mente, en cambio, disponemos del verbo ‘parlamentar’, que el mismo diccionario define como: “Entablar conversaciones con la parte contraria para intentar ajustar la paz, una rendición, un contrato o para zanjar cualquier diferencia”.

Los miembros de la representación nacional, no obstante, suelen confundir estas dos acciones –y no solo las palabras que las designan– con consecuencias penosas. Difícil olvidar, por ejemplo, aquella intervención de abril de este año en la Comisión de Educación, en la que el congresista de Fuerza Popular (FP) Bienvenido Ramírez sostuvo que “el síndrome de Alzheimer se da en aquellas personas que estudiaron mucho y que leyeron mucho”. Una afirmación risible y sin sustento, de la que él mismo tuvo que tomar distancia poco después… pero que, como decíamos, está lejos de constituir un fenómeno aislado en el Parlamento. La preocupación que mueve este editorial deriva, precisamente, de lo pródigas que han sido las últimas dos semanas en manifestaciones de este tipo.

Podría decirse que fue el legislador oficialista Sergio Dávila el que inauguró la temporada, con su propuesta de construir “una réplica de Disney World de Sudamérica en Cusco, que nos permitiría complementar lo que es el turismo arqueológico e histórico con el moderno”, como parte de las iniciativas discutidas en la Comisión de Presupuesto para inyectar ‘dinamismo’ en distintas zonas del país. Una idea peregrina en la que no se sabe si lo más descabellado es el concepto mismo o la sugerencia de que sea el Estado el que la impulse.

Le tomó pronto la posta la parlamentaria Tammy Arimborgo (FP), quien el martes pasado demandó a través de las redes que sus colegas Marisa Glave e Indira Huilca respondiesen ante la Comisión de Ética “por su indignante HT que denigra al Perú” (se refería al hashtag #PerúPaísDeVioladores), y luego agregó: “Tal vez estas congresistas tienen padres, hermanos, parejas violadores!!”. Una proclama en la que empieza confundiendo las materias de las que debe ocuparse la referida comisión –ciertamente no la de proponer sanciones al uso de denominaciones por parte de tal o cual congresista– y termina denigrando a las familias de las legisladoras para las que pide una sanción por “denigrar [a] un país entero”. Una ironía que no parece haber sido deliberada.

Apenas un día después, en su afán por hacer patente su disconformidad con la inclusión del término ‘género’ en determinadas leyes, la congresista Nelly Cuadros (FP) sentenció: “Actualmente las organizaciones LGTBI han hecho una lista de más de 150 tipos de géneros. Hay personas que se casan con su computadora, o personas que quieren casarse en grupo y a eso le llaman género”. Omitió, por cierto, la referencia a la fuente bibliográfica de la que extrajo el dato, pero ya nuestro colaborador Marco Sifuentes se encargó de rastrearla y reveló hace cinco días en estas páginas que se trata de un caso de ‘fake news’ (noticias fingidas o simuladas).

Si bien los ejemplos podrían continuar, nos parece que los botones de muestra ofrecidos bastan para invitar a una reflexión sobre la ligereza con la que algunos de los llamados ‘padres de la patria’ modulan los mensajes con las que aspiran a comunicarse con sus mandantes. Y para exigirles que, cuando hablen en nuestro nombre, parlamenten y no parlen.