Editorial: Más te pego, más te quiero
Editorial: Más te pego, más te quiero
Redacción EC

En 1929 escribió “Una habitación propia”, ensayo en el que crea el personaje de Judith, la hermana de , para ilustrar que una mujer con los mismos talentos del escritor no gozaba de los mismos privilegios y oportunidades. Mientras su hermano estudiaba, ella enfrentaba los golpes brutales de su padre por negarse a un matrimonio forzoso; Judith terminaría finalmente suicidándose. Después de tantos años, muchas mujeres siguen contraponiendo su libertad a los golpes de sus padres o parejas. 

Esta semana se conmemoró el . Es una fecha que debería servir para recordar que, entre los múltiples tipos de violencia familiar, aquella que sucede en los propios hogares es de las más complejas. Para darnos una idea de la magnitud del problema, solo en lo que va del año se han registrado 66 casos de feminicidio (asesinato de una mujer por casos de violencia familiar, abuso de poder o acoso sexual, entre otros) y, según la OMS, el 61% de las mujeres que viven en las provincias ha sufrido algún tipo de maltrato físico por parte de sus parejas.

En los casos de violencia física y psicológica que se dan en el seno familiar, sufren también los menores. Como ha comprobado un estudio del Banco Mundial, los niños que son maltratados o presencian la violencia en sus hogares suelen repetirlo en su adultez, y, del mismo modo, las niñas que son testigos de dicha violencia tienden a tolerarla. 

Ahora bien, un buen paso para aliviar el problema de la violencia son los Centros de Emergencia de la Mujer (CEM), programa del Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables encargado de atender a las víctimas de violencia familiar y sexual. Estos no solo les brindan un espacio para apartarse de un ambiente peligroso, sino que en ellos las mujeres reciben orientación legal y consejería psicológica. El problema con los CEM, sin embargo, es que no se dan abasto debido a limitados recursos y que solo son una solución temporal.

Solucionar el tema de la violencia de la mujer requiere medidas más profundas. Además de, por supuesto, enfocarse en la educación escolar y en campañas mediáticas que concienticen sobre el problema, es necesario mejorar las capacidades de las personas e instituciones que tratan directamente con las mujeres afectadas.

Uno de los actores claves aquí es el personal de salud. Los médicos y las enfermeras deben estar no solo alertas, sino también capacitados para detectar los casos de violencia. Esto no es únicamente importante porque es necesario aplicar los protocolos adecuados y darles a las mujeres asistencia psicológica y alternativas para alejarse del ambiente hostil, sino también porque es imperativo que el personal médico dé alerta a las autoridades respectivas. Los casos de violencia familiar no pueden quedar fuera del radar. El silencio, en estos casos, no es más que complicidad.

Por otro lado, es imperativo enfocarse en lograr que el procedimiento de denuncia sea el más adecuado. Esto pasa por tener personal capacitado (femenino preferentemente), que ya no dé pie a lo que sucede ahora: las mujeres muchas veces son recibidas en las comisarías con una respuesta del tipo: “¿Y tú que habrás hecho?”. Los procedimientos, además, no deben desincentivar las denuncias. Por ejemplo, se debe instaurar la figura de la “declaración única”, que evitaría que la víctima viva múltiples veces el episodio traumático a través de los varios testimonios que tiene que hacer ante diversas autoridades que no operan de manera articulada. 

Otra iniciativa que haría la experiencia menos traumática para las mujeres es instalar las llamadas cámaras Gesell, que permiten que ellas no tengan que declarar ante tantas personas, pues todos aquellos que deben escuchar la declaración se encuentran detrás de un vidrio espejo.

Finalmente, una vez que la denuncia corre su curso y llega a los juzgados, existe el problema –compartido, es cierto, por muchas otras áreas– de que los jueces no están capacitados en estos temas, pues en muchos casos hay un discurso legitimador o tolerante hacia el agresor que da como resultado la impunidad. En la violencia familiar, esto se ve agravado porque en nuestro país existe un discurso que tolera todavía las manifestaciones machistas.

El famoso criollismo de “más te pego, más te quiero”, pese a parecer una broma, refleja una cruda realidad. No necesitamos más tragedias shakespearianas.